Cuando el Padre Eduardo, hace casi un año, me propuso ir con él y otras personas a evangelizar a República Dominicana, dije que sí, creyendo que yo le acompañaba sin más, como en otros viajes en los que le he participado. El susto empezó después, cuando nos dijo que íbamos todos a evangelizar, que la misión es de todos.
Yo me preguntaba de qué manera podría yo evangelizar, porque mis amigas María y Beatriz sí que se dedican a ello con su música y sus charlas, pero yo no sabía qué podía hacer. De todas formas, le dije al Señor que contara conmigo, que estoy dispuesta a dar razón de mi esperanza...
Desde el principio pedí al Señor que fuese un viaje provechoso para todos, que yo pudiera ser un pequeño reflejo de su luz y de su amor por nosotros. El Señor me lo ha concedido y me emociono recordando cada persona que se me acercaba y me abrazaba y me decía que una canción mía le había hecho llorar, porque le servía para orar o porque se acordaban de su abuelo que cantaba canciones españolas parecidas...
Me conmovieron varias personas que me decían cuánto significaba para ellas que hubiéramos dejado nuestros trabajos, nuestras familias y nuestras comodidades para compartir la fe con ellas, que se sentían hermanas nuestras, y así las sentíamos nosotras también.
No puedo explicar con palabras lo que fue para mí compartir el día de la familia carmelitana con carmelitas de todo el país: frailes calzados y descalzos, carmelitas misioneras, carmelitas de la enseñanza, hermanas carmelitas del Monte Carmelo, miembros del Carmelo Seglar y de otras realidades laicales carmelitanas, compartiendo todos un mismo carisma y una misma sensibilidad eclesial, sintiéndonos miembros de la misma familia.
Menos aún puedo traducir a palabras la experiencia de vivir tres días con las carmelitas descalzas de Baní, verdaderas hijas de santa Teresa, tan santas y tan conversables...
El Señor también nos concedió compartir comida, charlas y canciones con los muchachos del seminario y los aspirantes del Caimito; misas, encuentros de formación y cenas con los padres carmelitas de Santiago, todos tan generosos y encantadores con nosotros; visitar y comprobar la gran labor de las carmelitas de la enseñanza en Guerra…
De ninguna manera puedo olvidar a nuestro anfitrión y guía, el padre Ariadys, que tanto se ha preocupado y sufrido para que estuviéramos lo mas cómodas posible. Ni a las amigas Glayds, Irma, Beatriz, Ana, Wendy y María, que han compartido este viaje conmigo y han sido un gran ejemplo para mí. También doy mil gracias al padre Eduardo por darme esta oportunidad.
Pero sobre todo doy gracias a Dios, que me ha concedido conocer un pueblo sediento de Dios, rico de fe y esperanza. No puedo recordar el nombre de cada persona maravillosa que he encontrado, pero llevo sus rostros en mi corazón. Que el Señor los llene siempre de sus bendiciones.
Fina Navarro
Con Ana y Beatriz a los pies de Cristo Redentor en Puerto Plata
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