lunes, 14 de noviembre de 2022

Todos los Santos del Carmelo. Oficio de lectura


El 14 de noviembre se celebra la fiesta de todos los santos de la familia carmelitana: frailes, monjas contemplativas, religiosas de vida apostólica, miembros del Carmelo seglar y personas afiliadas a la Orden por distintos vínculos o que simpatizan con su espiritualidad. Les propongo el oficio de lectura del día.

V/. Dios mío, ven en mi auxilio. 
R/. Señor date prisa en socorrerme. Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. Aleluya.

HIMNO

¡Caminemos para el cielo,
hijos del Carmelo!

La pobreza es el camino,
el mismo por donde vino
nuestro Emperador al suelo,
hijos del Carmelo.

No dejar de nos amar
nuestro Dios y nos llamar;
sigámosle sin recelo,
hijos del Carmelo.

Vámonos a enriquecer
adonde nunca ha de haber
pobreza ni desconsuelo,
hijos del Carmelo.

Al Padre Elías siguiendo
nos vamos contradiciendo
con su fortaleza y celo,
hijos del Carmelo.

Hermanos, si así lo hacemos,
los contrarios venceremos
y a la fin descansaremos
con el que hizo tierra y cielo,
hijos del Carmelo. Amén.

SALMODIA

Antífona 1. Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

(Salmo 1)

Dichoso el hombre
que no sigue el consejo de los impíos,
ni entra por la senda de los pecadores,
ni se sienta en la reunión de los cínicos;
sino que su gozo es la ley del Señor,
y medita su ley día y noche.

Será como un árbol
plantado al borde de la acequia:
da fruto en su sazón
y no se marchitan sus hojas;
y cuanto emprende tiene buen fin.

No así los impíos, no así;
serán paja que arrebata el viento.
En el juicio los impíos no se levantarán,
ni los pecadores en la asamblea de los justos;
porque el Señor protege el camino de los justos,
pero el camino de los impíos Acaba mal.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 1. Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen.

Antífona 2. Dio el Señor su heredad a los que veneran su nombre.

(Salmo 60)

Escucha, oh Dios, mi clamor,
atiende a mi súplica.
Te invoco desde el confín de la tierra
con el corazón abatido.

Llévame a una roca inaccesible,
porque tú eres mi refugio
y mi bastión contra el enemigo.

Habitaré siempre en tu morada,
refugiado al amparo de tus alas.
Porque tú, oh Dios, escucharás mis votos
y me darás la heredad de los que temen tu nombre.

Añade días a los días del rey,
que sus años alcancen varias generaciones;
reine siempre en presencia de Dios:
tu gracia y tu lealtad le hagan guardia.

Yo cantaré salmos a tu nombre,
e iré cumpliendo mis votos día tras día.

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 2. Dio el Señor su heredad a los que veneran su nombre.

Antífona 3. Los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración.

(Salmo 83)

¡Qué deseables son tus moradas,
Señor del universo!
Mi alma se consume y anhela
los atrios del Señor,
mi corazón y mi carne
retozan por el Dios vivo.

Hasta el gorrión ha encontrado una casa;
la golondrina, un nido
donde colocar su polluelos:
tus altares, Señor del universo,
Rey mío y Dios mío.

Dichosos los que viven en tu casa
alabándote siempre.
Dichosos los que encuentran en ti su fuerza
y tiene tus caminos en su corazón.

Cuando atraviesan áridos valles,
los convierten en oasis,
como si la lluvia temprana
los cubriera de bendiciones;
caminan de baluarte en baluarte
hasta ver al Dios de los dioses en Sión.

Señor del universo,
escucha mi súplica;
atiéndeme, Dios de Jacob.

Fíjate, oh Dios, escudo nuestro,
mira al rostro de tu Ungido.
Vale más un día en tus atrios

que mil en mi casa,
y prefiero el umbral de la casa de Dios
a vivir con los malvados.

Porque el Señor es sol y escudo,
el Señor da la gracia y la gloria;
y no niega sus bienes
a los de conducta intachable.

¡Señor del universo, dichoso el hombre
que confía en ti!

Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, 
por los siglos de los siglos. Amén.

Antífona 3. Los traeré a mi monte santo, los alegraré en mi casa de oración.

V/. Una luz sin ocaso brillará, Señor, sobre tus santos.
R/. Y la eternidad los esclarecerá.

PRIMERA LECTURA

Del libro del Apocalipsis (19,1-2a. 4-10; 21,1-7. Gloria de los santos en la nueva Jerusalén)

Oí en el cielo como el vocerío de una gran muchedumbre, que decía:
― «¡Aleluya! La salvación, la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son verdaderos y justos».

Y los veinticuatro ancianos y los cuatro vivientes se postraron y adoraron a Dios, que está sentado en el trono, diciendo:
― «¡Amén! ¡Aleluya!».

Salió una voz del trono, que decía:
― «Alabad a nuestro Dios sus siervos todos, los que lo teméis, pequeños  y grandes».

Y oí como el rumor de una muchedumbre inmensa, como el rumor de muchas aguas y como el fragor de fuertes truenos, que decían:
― «Aleluya. Porque reina el Señor, nuestro Dios, dueño de todo, alegrémonos y gocemos y démosle gracias. Llegó la boda del Cordero, su esposa se ha embellecido y se le ha concedido vestirse de lino resplandeciente y puro –el lino son las buenas acciones de los santos–».

Y me dijo:
― «Escribe: “Bienaventurados los invitados al banquete de bodas del Cordero”».

Y añadió:
― «Estas son palabras verdaderas de Dios».

Caí a sus pies para adorarlo, pero él me dijo:
― «No lo hagas, yo soy como tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de Jesús; a Dios has de adorar».

Vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo. Y oí una gran voz desde el trono que decía:
― «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios. Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido».

Dijo el que está sentado en el trono:
― «Mira, hago nuevas todas las cosas. Escribe: estas palabras son fieles y verdaderas».

Y me dijo:
― «Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Al que tenga sed yo le daré de  la fuente del agua de la vida gratuitamente. El vencedor heredará esto: yo seré Dios para él, y él será para mí hijo».

RESPONSORIO (Ap 3,5a; 21,6b)

R/. El vencedor será vestido de blancas vestiduras, * Y no borraré su nombre del libro de la vida.
V/. Al que tenga sed yo de daré de la fuente del agua de la vida gratuitamente. * Y no borraré su nombre del libro de la vida.

SEGUNDA LECTURA

De las obras de santa Teresa de Jesús, virgen y doctora de la Iglesia.
(5M 1,2; C 11,4; F 14,4; 4,6; 29,33. Somos descendientes de santos)

Todas las que traemos este hábito sagrado del Carmen somos llamadas a la oración y contemplación (porque este fue nuestro principio, de esta casta venimos, de aquellos santos padres nuestros del monte Carmelo que en tan gran soledad y con tanto desprecio del mundo buscaban este tesoro, esta preciosa margarita).

Acordémonos de nuestros padres santos pasados, ermitaños, cuya vida pretendemos imitar.

Tengamos delante nuestros fundadores verdaderos, que son aquellos santos padres de donde descendemos, que sabemos que por aquel camino de pobreza y humildad gozan de Dios.

Oigo algunas veces de los principios de las Órdenes decir que, como eran los cimientos, hacía el Señor mayores mercedes a aquellos santos nuestros pasados. Y es así, mas siempre habían de mirar que son cimientos de los que están por venir. Porque, si ahora los que vivimos no hubiésemos caído de lo que los pasados, y los que viniesen después de nosotros hiciesen otro tanto, siempre estaría firme el edificio. 


¿Qué me aprovecha a mí que los santos pasados hayan sido tales, si yo soy tan ruin después, que dejo estragado con la mala costumbre el edificio? Porque está claro que los que vienen no se acuerdan tanto de los que ha muchos años que pasaron como de los que ven presentes. Donosa cosa es que lo eche yo a no ser de las primeras, y no mire la diferencia que hay de mi vida y virtudes a la de aquellos a quien Dios hacía tan grandes mercedes.

Si viere que va cayendo en algo su Orden, procure ser piedra tal, con que se torne a levantar el edificio, que el Señor ayudará para ello.


Por amor de nuestro Señor les pido se acuerden cuán presto se acaba todo, y la merced que nos ha hecho nuestro Señor en traernos a esta Orden, y la gran pena que tendrá quien comenzare alguna relajación. Pongan siempre los ojos en la casta de donde venimos, de aquellos santos profetas. 

¡Qué de santos tenemos en el cielo que trajeron este hábito! Tomemos una santa presunción, con el favor de Dios, de ser nosotros como ellos. Poco durará la batalla, y el fin es eterno.

RESPONSORIO (2Cor 6,16; cf. Lev 26,11a)

R/. Habitaré entre ellos y caminaré con ellos; * Seré su Dios y ellos serán mi pueblo.
V/. Estableceré mi morada en medio de ellos. * Seré su Dios y ellos serán mi pueblo.

ORACIÓN

Padre celestial, te pedimos que nos asistan con su protección la santísima Virgen María, nuestra Madre, y todos los santos de la familia del Carmelo, para que, imitando con fidelidad sus ejemplos, sirvamos generosamente a tu Iglesia con la oración y la vida apostólica. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina, en la unidad del Espíritu santo, y es Dios por los siglos de los siglos. Amén.

R/. Bendigamos al Señor.
V/. Demos gracias a Dios.

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