viernes, 4 de noviembre de 2022

No es Dios de muertos, sino de vivos


El mes de noviembre comenzó con el recuerdo de los santos (día 1) y de los difuntos (día 2). Las lecturas del domingo 32 del Tiempo Ordinario, ciclo "c", hablan de los mismos temas: la resurrección y la vida eterna.

En la primera lectura se presenta el ejemplo de siete hermanos que prefirieron morir antes que traicionar su fe en un tiempo de persecuciones contra los judíos, en el siglo II antes de Cristo. Cada uno de ellos repitió la misma certeza: «Vale la pena morir a manos de los hombres cuando se espera que Dios mismo nos resucitará». La esperanza en la resurrección les dio fortaleza para superar las dificultades.

En el evangelio se profundiza en este argumento: Algunos que no creían en la resurrección querían reírse de Jesús proponiéndole una situación algo absurda: una mujer que se había casado con siete hermanos consecutivamente, ¿de quién será esposa en la vida eterna?

Jesús les responde que la vida eterna no es una continuación de esta vida alargada en el tiempo, sino entrar en una realidad nueva, en la que nuestra vida será llevada a plenitud y viviremos la vida de Dios en compañía de los ángeles y de los santos.

No hay palabras capaces de explicar el misterio de la vida eterna: cada uno de nosotros conservará su identidad, pero liberada de sus limitaciones y purificada de sus faltas, plenamente glorificada. No sabemos explicarlo bien, pero sabemos que seremos miembros de la familia de Dios.

En la segunda lectura, san Pablo nos indica el camino que conduce a la vida eterna, a esa plenitud que Jesús nos promete: «La perseverancia en toda clase de palabras y de obras buenas». Pidamos al Señor la gracia de perseverar en la fe, la esperanza y el amor todos los días de nuestra vida. Amén.

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