lunes, 17 de noviembre de 2025

Cristo, rey paradójico, que manifiesta su poder en el servicio


Con la fiesta de Cristo Rey, que celebraremos el domingo próximo, daremos por concluido el año litúrgico. Puede parecer extraño celebrar la realeza de Jesús contemplándolo en la cruz, humillado, abandonado y burlado. Sin embargo, precisamente ahí, en esa aparente derrota, se revela su verdadera soberanía: un reinado de amor que se manifiesta en el servicio, la misericordia y la entrega total de sí mismo.

Sobre su cabeza, Pilato manda colocar un rótulo que dice: «Este es el rey de los judíos». Para unos, no es más que un motivo de burla; pero en medio de aquel coro de insultos, hay uno que toma en serio ese letrero: el buen ladrón. Mientras todos repiten: «Sálvate a ti mismo», él reconoce en el crucificado a su rey y se atreve a elevar una súplica humilde y confiada: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».

Y Jesús, desde la debilidad y el dolor, ejerce su auténtico poder real: el poder de perdonar, de abrir una puerta que nadie puede cerrar, de ofrecer salvación. Su respuesta es inmediata y desbordante: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».

En la cruz, Jesús es proclamado rey para todas las naciones en las tres lenguas principales del mundo bíblico: hebreo, griego y latín. Y la carta a los Colosenses (que escucharemos como segunda lectura) nos da la clave para comprender esta realeza: «Todo se mantiene en él… por la sangre de su cruz». Cristo reina porque ha llevado hasta el límite el amor del Padre. Su dominio no nace del poder que asusta ni del milagro que doblega la libertad, sino de un amor humilde que invita, que espera, que busca una respuesta libre y agradecida.

Cristo Rey no es un monarca distante, sino un Dios que se hace siervo, que lava nuestros pies, perdona nuestros pecados y se entrega a la muerte para que tengamos vida. Su realeza se resume en una certeza consoladora: en sus manos, incluso lo perdido puede ser salvado.

Que al cerrar este año litúrgico podamos decir, como el buen ladrón: «Jesús, acuérdate de mí». Y que él, rey de misericordia, nos responda con su eterna promesa: «Hoy estarás conmigo… para siempre». Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario