viernes, 11 de octubre de 2013

La alegría de santa Teresa de Ávila


Todos sabemos que cantar es cuestión de enamorados. Sería interminable la lista si hacemos un recuento de los que han expresado sus sentimientos a través de la música. Nos parece que la guitarra -que tiene alma de mujer- simboliza muy bien la alegría, la presencia de ánimo con la que Teresa de Jesús se enfrentaba a la vida, no solo con serenidad, sino con buen humor, con gozo.

Si tenemos oportunidad de conocer los museos donde se exhiben las reliquias de la Santa, tendremos la sorpresa de encontrarnos con las castañuelas, el tambor, la flauta... y es que Teresa era muy amiga de la fiesta, le gustaba componer canciones, animaba a todos, vivía feliz. No aguantaba caras largas, ni dramas gratuitos; ni la tristeza ni la melancolía tenían cabida en su comunidad, en su ambiente.

Teresa hizo del humor una postura ante la vida. Cuando redacta sus cartas, se entretiene contando detalles muy humanos, muy graciosos; como cuando le comparte al Padre Jerónimo Gracián las aventuras de Isabelita (hermana pequeña del Padre). Después de comunicarle algunos adelantos, dice textualmente:

«Solo tengo un trabajo, que no sé cómo ponerle la boca, porque la tiene muy rígida y se ríe muy fríamente y siempre se anda riendo. Una vez le hago que la abra, otra que la cierre, otra que no se ría. Ella dice que no tiene la culpa, sino la boca, y dice verdad... No lo cuente a nadie pero gustaría que viese el trabajo que traigo en ponerle la boca, creo que cuando sea mayor no será tan fría, al menos no lo es en los dichos. Aquí le he pintado a su hermana, no piense que le miento y en fin, porque se ría se lo he dicho».

Teresa de Jesús, mujer jovial, atractiva, tenía siempre a la mano el salero del buen humor. Y lo utilizaba con dosis convenientes:

En las correcciones, un poquito de ironía: «Si con leer sus reglas me canso, ¿qué hiciera si las tuviera que guardar...?»

En los desalientos, una risa franca: «Si haces cruces de nada, vivirás crucificada».

Ante los problemas, una sonrisa en los ojos: «Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa...»

Con los grandes señores no perdía su dignidad serena: «¿Qué se me da a mí de los reyes y señores? No quiero sus rentas ni tenerlos contentos».

Ante la gente no valorada, les abría su corazón. «Nos consuela más quejarnos a los que sabemos nos aman».

Tuvo buen humor hasta con Dios. Recordemos aquella escena cuando estaba limpiando la Capilla y se cayó. Le dolía mucho el brazo, lo tenía fracturado. Entonces la Santa vuelve su mirada al Sagrario y le pregunta al Señor:

- ¿Por qué te portas así, Jesús?
- "Teresa, así trato a mis amigos,"
-  Pues por eso tienes tan pocos...

Teresa de Jesús se ríe, critica, corrige, bromea, siempre con una pizca de comprensión, de amabilidad. Gracias a su buen humor se ganaba a la gente, salía adelante de los problemas más duros, se sentía libre ante los comentarios negativos, se reía hasta de los contratiempos que tuvo como fundadora. Nos enseña suavemente que no hay cosa tan seria, ni noticia tan dura que no pueda decirse con una sonrisa.

La alegría para la Santa no era trabajada a fuerza, ni con grandes conceptos. Era un don, un estilo, que ella consideraba como fruto del Espíritu, consecuencia de sentirse gratuitamente amada. Ella descubrió el tesoro -Jesús- y compró feliz el campo. «No puedo decir lo que se siente cuando el Señor me hace experimentar sus secretos. Es el gozo mayor que podemos vivir, todo lo demás se hace pequeño, basura... Y todos los gozos juntos, no son más que una gotita del que nos está reservado en el Cielo» (V. 27.12).


Escrito por Nau Rosset y publicado originalmente aquí.

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