lunes, 6 de mayo de 2024

Entrevista sobre la fe


El P. Fernando Domingo (que en paz descanse), fundador de la revista Orar y su director durante 30 años, me hizo una entrevista sobre la fe, que apareció publicada en el número 241 de la revista. Agradezco la elogiosa introducción que me dedicó, aunque la omito en esta sede. Son 15 preguntas, a las que respondí lo mejor que supe. Aunque han pasado 11 años, sigo pensando igual.

1. Uno de los problemas, a mi juicio, al hablar de nuestra fe, consiste en concretar ¿de qué Dios hablamos? ¿No le parece que cada cual nos lo hacemos a “nuestra imagen y semejanza”?

Es cierto que mientras algunas personas se dedican a servir a los más pobres en el nombre de Dios, otras organizan guerras y atentados también en el nombre de Dios. Hay quienes, en el nombre de Dios, se consagran al servicio de las mujeres más desfavorecidas, pero también hay quienes no las permiten estudiar y les practican la ablación del clítoris en el nombre de Dios.

Los cristianos no podemos hacer referencia a un Dios en abstracto, sin rostro ni figura, sino al Dios que se ha manifestado en Jesús de Nazaret: vivo y amigo de la vida, misericordioso, amante de los hombres, especialmente de los más débiles.

2. Hemos leído y oído muchas veces que creer consiste, antes que en aceptar un conjunto de dogmas y principios morales, en dejarnos seducir por Dios y poner en él nuestro corazón, ¿qué significa esta afirmación?

San Juan de la Cruz tenía muy claro que el inicio de la vida espiritual no consiste en practicar unas normas morales ni en aprender unas fórmulas de oración. En el prólogo del Cántico espiritual dice que uno empieza a ser verdaderamente cristiano cuando “cae en la cuenta” de que Dios lo ha criado por amor, lo ha redimido por amor y lo ha rodeado de mil manifestaciones de su amor antes incluso de su nacimiento. 

Todos conocemos la famosa afirmación del teólogo Karl Rahner: “el cristiano del s. XXI será místico o no será cristiano”. De eso se trata: de hacer experiencia del amor de Dios, que se ha manifestado y se manifiesta en Jesús de Nazaret. El cristianismo es, ante todo, una relación de amor con Cristo.

3. ¿Por qué entonces damos tanta importancia al “Credo”, que se reduce a la enumeración de un conjunto de verdades, y para nada figuran en él, por ejemplo, el espíritu del “Padre nuestro” o de las “Bienaventuranzas”?

La importancia del Credo proviene de que surgió en la Iglesia primitiva unido al rito del bautismo. A quien quería ser bautizado, después de formarle en los contenidos de la doctrina cristiana, se le hacían estas tres preguntas: «¿Crees en Dios, que es Padre Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra?», «¿Crees en Jesucristo, Hijo de Dios, que se encarnó en el vientre de la Virgen María, murió por nuestros pecados, resucitó de entre los muertos y volverá con poder y gloria para juzgar a los vivos y a los muertos?», «¿Crees en el Espíritu Santo, que actúa en los sacramentos de la santa Iglesia Católica y un día nos resucitará de la muerte?».

En adelante, cuando los cristianos querían proclamar su fe solo tenían que recordar lo que habían confesado en su bautismo. Allí, en pocas palabras, están resumidos los principales contenidos de la doctrina cristiana. Pero no debemos olvidar que, al hacer referencia al contexto bautismal, es una perenne llamada a la conversión, a abandonar las falsas confianzas y a construir la propia existencia sobre el único cimiento estable: Dios Trinidad.

4. A la hora de aceptar comportamientos o propuestas, siempre fue muy importante tener lo que conocemos como “criterios de discernimiento”. Usted que tanto conoce de esto, ¿podría diseñarnos una especie de “retrato robot” del “cristiano creíble” de hoy, tanto a nivel personal como social? Me refiero a un conjunto de actitudes, valores, virtudes, etc., que debiera visibilizar.

Yo creo que los “criterios de discernimiento” para un “cristiano creíble” hoy son los mismos de ayer y de siempre. Jesús atacaba el fariseísmo, la actitud de sentirse mejor que los demás por hacer determinadas cosas, aunque fueran buenas. 

No se trata de hacer unas cosas u otras, sino de sabernos pequeños ante Dios, siempre necesitados de su misericordia y de intentar parecernos a Cristo, “que no vino a ser servido, sino a servir”. Digo que tenemos que “intentarlo”, lo que no significa que lo consigamos siempre…

5. ¿Y se puede hacer también un “retrato” aplicado a una Iglesia “creíble”, bien a nivel de Iglesia-institución, como al de la jerarquía, los consagrados y los laicos?

Pienso que el programa es el mismo para cada creyente y para la comunidad de los cristianos, que es la Iglesia: Ante Dios, todos (individuos e instituciones) somos poca cosa, por lo que no debemos darnos demasiada importancia. Todos necesitamos de la misericordia del Señor, que no la niega nunca a quienes se la solicitan. 

La Iglesia está llamada a testimoniar ante el mundo que el amor de Dios es más grande que los pecados de los hombres, por lo que siempre hay una posibilidad de redención para cada individuo y para la sociedad. 

6. Es conocido el poema de Unamuno en el que nos advierte de que “todos llevamos en el sótano un ateo”. ¿Es cierto? ¿En qué sentido?

Por supuesto que es cierto. En cada hombre se repite la tentación de los primeros padres: pensamos que no necesitamos de Dios, que nos bastamos a nosotros mismos, que con nuestras obras y conocimientos podemos dar sentido a nuestra existencia sin depender de nadie.

En la religión sucede como en la vida de cada persona: De niños confiamos ciegamente en nuestros padres; de adolescentes queremos afirmar nuestra personalidad y pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, porque somos más listos que los demás; de adultos sabemos reconocer nuestras limitaciones y aceptamos el consejo de quienes saben más que nosotros. Así pasamos de una religiosidad heredada (infancia) a una crisis de confianza en unas estructuras que nos parecen caducas (adolescencia) hasta que hacemos experiencia de nuestras limitaciones y del amor de Dios, que no nos abandona a pesar de ellas y que no es oprimente, sino liberador (madurez).

7. Pero no me negará que hoy es más difícil alcanzar la madurez en la fe y perseverar en ella que en otras épocas, en las que el ambiente social era más favorable. 

Santa Teresa de Jesús, hablando de sí misma, dice que “su fe era tan viva que, cuando oía a algunas personas que quisieran haber vivido en el tiempo en que Cristo andaba en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, ¿qué más se les daba?” (Camino de Perfección, 34,6). 

A veces tenemos la tentación de pensar que los tiempos pasados eran mejores, que creer era más fácil cuando el ambiente social ayudaba a la práctica religiosa. Pero no debemos confundir las prácticas religiosas con la vivencia personal de la fe. En el pasado y en el presente, algunas personas participan en actos de culto cristiano (bodas, bautizos, funerales, fiestas patronales…) solo por costumbre o por curiosidad. Pero eso no basta. En el momento oportuno, cada persona tiene que hacer su opción personal de fe.

San Pablo dice que “ahora es el tiempo favorable, ahora es el tiempo de la salvación” (2Cor 6,2). En esta época concreta que nos ha tocado vivir, con sus luces y sus sombras, el Señor nos ofrece su gracia y nos invita a su amistad. Cada uno personalmente tiene que decidir cómo responderle.

8. Hemos oído muchas veces que la fe es un “don”. ¿Nos explica y ejemplifica qué significa esto? ¿Qué pueden hacer los que no han recibido el regalo de la fe? ¿Se puede perder algo que no se ha tenido nunca? 

Es verdad que se repite siempre que la fe es un “don”, como si eso pudiera justificar la increencia de muchos de nuestros contemporáneos. Pero no debemos olvidar que Dios no niega sus dones a nadie. Lo que pasa es que la fe es también una “conquista”, por lo que hay que esforzarse para protegerla y cultivarla, de manera que se conserve y crezca. En nuestros días sigue siendo actual la pregunta de Jesús: “Cuando vuelva el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lc 18,8). Yo no puedo responder por los demás. No sé si mis vecinos o mis parientes conservarán o rechazarán la fe, pero tengo la responsabilidad de hacer todo lo posible para conservarla yo; y si puedo ayudar a que otros también la conserven, tanto mejor.

San Juan de la Cruz dice que “el Señor descubrió siempre los tesoros de su Sabiduría y Espíritu a los mortales; pero ahora que la malicia va descubriendo más su cara, los descubre todavía más” (Dichos de luz y amor, 1). Cuantas más dificultades pone la sociedad a la vivencia de la fe, más gracias nos concede Cristo para que podamos mantenerla y acrecentarla. Pero tenemos que poner algo de nuestra parte: en primer lugar, la práctica de la oración personal (que es la consecuencia lógica de la fe); y en segundo lugar, el esfuerzo para conocer mejor sus contenidos, tal como están recogidos en la Biblia y resumidos en el Credo.

9. Al hilo de los que nos ha dicho, y disculpe lo aparentemente banal de la pregunta, ¿no le parece extraño que muchos hablen de que han perdido la fe como pudieran contarle que han perdido un paraguas? 

Eso es algo que me resulta absolutamente incomprensible. Conozco muchas personas que viven como si Dios no existiera, que han abandonado totalmente las prácticas religiosas y que afirman que no echan de menos nada en sus vidas. No me atrevo a juzgarlas, pero yo afirmo con el salmista que “su gracia vale más que la vida” (Sal 63,4).

Para los místicos, la vida con Dios, su gracia, es lo más precioso que se puede poseer; lo único que dura «para siempre, siempre, siempre», como le gustaba decir a santa Teresa de Jesús. Tanto ella como san Juan de la Cruz, compusieron sendas estrofas para un estribillo que habla de la muerte de amor. Cito una de las de san Juan, ya que las de santa Teresa son más conocidas:

Vivo sin vivir en mí
y de tal manera espero 
que muero porque no muero. 

En mí yo no vivo ya
y sin Dios vivir no puedo; 
pues sin Él y sin mí quedo, 
este vivir, ¿qué será? 
Mil muertes se me hará 
pues mi misma vida espero 
muriendo porque no muero. 

Repito: yo no puedo juzgar a los que viven sin fe, pero sé que mi vida no tiene sentido sin Dios. No me basta con lo que conozco o poseo, ya que tengo deseos de vida eterna y en plenitud, de vida sin fin.

10. Padre Eduardo: Hoy sabemos que la mayoría mide sus opciones en clave de “rentabilidad”. ¿Resulta “rentable” ser creyente? ¿Puede aportarnos la fe soluciones al estado actual de crisis globalizada, tanto a nivel personal como social? 

En nuestros días tenemos un sentido muy utilitario de la vida. Muchas veces, hasta los padres tienen que dar una propina a sus hijos si quieren que saquen la basura, limpien su habitación o cuiden de sus hermanos pequeños. 

Nos es difícil hacer cosas de una manera gratuita. Y, sin embargo, esas son las más necesarias y auténticas. En la búsqueda de unos resultados para todo lo que se hace, muchos de nuestros contemporáneos confunden la fe con los variados ejercicios de relajación o con la meditación. Por eso insisten en probar “métodos” de oración, con los que conseguir los fines que se proponen. Si no se los ofrece la Iglesia, los buscan en el zen, el yoga, el reiki, o alguna otra de las numerosas técnicas que aseguran el bienestar de la mente y el cuerpo. Se busca conseguir la paz, el equilibrio, la unificación interior y para ello se está dispuesto a hacer los esfuerzos que sean necesarios. 

Es bueno aclarar desde el principio que el fin primordial de la fe no es la desintoxicación de la mente, ni la relajación del cuerpo, ni el control de los sentidos, ni aún obtener favores de Dios. La armonía interior, la serenidad del ánimo, la paz de la conciencia... son frutos que pueden brotar de la fe, pero no son su fin ni su justificación.

En principio, la fe no es una inversión a corto o a largo plazo, sino una relación gratuita con Dios, sin necesidad de otras motivaciones fuera del amor. Lo entendió muy bien el autor del que posiblemente sea el soneto más conocido de la lengua española, que habla de un amor y de un temor (palabra usada en el sentido de “respeto”) absolutamente desinteresados:

No me mueve, mi Dios, para quererte,
el cielo que me tienes prometido, 
ni me mueve el infierno, tan temido, 
para dejar, por eso, de ofenderte. 

Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en esa cruz y escarnecido, 
muéveme el ver tu cuerpo tan herido, 
muévenme tus afrentas y tu muerte. 

Muéveme ‒ en fin ‒ tu amor, y en tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara 
y aunque no hubiera infierno, te temiera. 

No me tienes que dar porque te quiera,
pues aunque lo que espero no esperara, 
lo mismo que te quiero te quisiera. 

11. La fe será gratuita, pero puede tener consecuencias dolorosas. Todos oímos a diario los trágicos sucesos de lo que conocemos como “cristianofobia”. Hemos visto muchas veces las imágenes de iglesias destruidas en Nigeria, en Siria, en Egipto… y sabemos que cada año mueren unos cien mil cristianos a causa de su fe. ¿Por qué?

En Occidente estamos acostumbrados a vivir una fe sin riesgos y con pocos compromisos, por lo que quizás no la valoramos. Pero hay muchos lugares donde formar parte de la comunidad cristiana significa un riesgo real para los bienes personales e incluso para la propia vida. No debemos olvidar que Cristo fue maltratado y que murió violentamente. Sus seguidores sabemos que podemos participar de su suerte. 

La situación no es nueva. Desde sus orígenes, la Iglesia ha soportado burlas y persecuciones, pero –como decía Tertuliano a finales del s. II– “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. La Iglesia ha salido fortalecida y purificada de cada persecución. Confiemos en que así será también en nuestros días.

12. Perdone que le replique, pero si muchos cristianos abandonan la fe donde no hay persecuciones, posiblemente serán muchos más los que la abandonen si un día su vida corre peligro… 

Puede parecer extraño, pero siempre han sido minoría los que han abandonado la fe en momentos de dificultades extremas. Al contrario, han encontrado fuerza en su fe para enfrentarse a las persecuciones con valentía.

Veamos un ejemplo claro: En Francia, las leyes anticristianas de principios del s. XX cerraron más de 3.000 escuelas católicas, expulsaron a unos 70.000 religiosos de sus conventos, confiscaron sus bienes, prohibieron los matrimonios canónicos y la práctica del descanso dominical, entre otras cosas. 

En ese contexto tan sombrío, santa Isabel de la Trinidad escribió unas cartas que nos conmueven y que pueden ser un estímulo para nosotros. En lugar de lamentarse, escribe: «¡Cómo me gusta vivir estos tiempos de persecución! ¡Qué santos deberíamos ser! Sí, quisiera amar como los santos, como los mártires» (Carta 91). Algún tiempo después, añade: «El futuro es muy sombrío. ¿No sientes necesidad de amar mucho para reparar, para consolar al Maestro adorado? Hagamos para él un lugar solitario en lo más íntimo de nuestras almas. Esta celda interior nadie podrá quitárnosla nunca; por eso, ¿qué me importan las pruebas por las que tengamos que pasar? A mi único tesoro lo llevo dentro de mí. Todo lo demás es nada» (Carta 160). Y añade: «No sé lo que nos espera, y esa perspectiva de tener que sufrir por ser suya infunde en mi alma una gran felicidad. Estoy dispuesta a seguirle a cualquier parte y mi alma dirá con san Pablo: “¿Quién podrá apartarme del amor de Cristo?”» (Carta 162). A pesar de las dificultades objetivas que le tocó vivir, no cesó de dar gracias a Dios, porque su amor vale más que la vida: «Tenemos que darle gracias siempre, pase lo que pase, pues Dios es amor y solo sabe de amor. ¿Qué podemos temer? Podrán llevarnos a la cárcel o a la muerte, pero no nos quitarán a Cristo» (Carta 168).

En estos «tiempos recios» necesitamos la determinación y la valentía de los santos. No sirven las medias tintas.

13. Posiblemente nuestra fe no sea tan grande como la de santa Isabel de la Trinidad. De hecho, Jesús nos pide que tengamos la fe de un pequeño grano de mostaza (Mt 17,20), ¿quizás era consciente de nuestra debilidad y por eso se conforma con tan poco? 

En realidad, Jesús se conforma con lo que queremos ofrecerle, sea mucho o poco. Él no obliga a nadie y respeta el ritmo de cada uno. Se ve muy bien en los relatos de la resurrección: algunos lo encuentran antes (tal vez las personas afectivas, como María Magdalena), luego vienen los intuitivos (como Juan, que viendo el sepulcro vacío, comprendió que Jesús había resucitado), después llegan los que tienen una decisión firme y tenaz, aunque no comprendan (como Pedro). Pero también están los escépticos, que llegan los últimos, pero que también pueden llegar (como Tomás). Nadie está excluido, con tal de que tenga buena voluntad.

Jesús se revela a cada uno de una manera, adaptándose a su capacidad y a su ritmo. Tomás no busca como Magdalena o como Juan y Pedro y el Señor tampoco se le manifiesta de la misma forma que a ellos. No todos los medios son aptos para todos, pero para todos hay un medio y un tiempo que el Señor conoce. El evangelio enseña a confiar en que Jesús quiere revelarse a todos, incluso a los que hoy le rechazan.

14. Se nos acaba el “Año de la Fe”, ¿qué ecos deberían quedarnos de aquella espléndida carta apostólica –Porta Fidei– con que la promulgó nuestro añorado papa emérito Benedicto XVI, aquel 11 de octubre del pasado año 2012? ¿Añade algo nuevo la encíclica Lumen Fidei de papa Francisco? 

En la Porta Fidei, Benedicto XVI invitaba a todos los cristianos a crecer durante este año en su vida de fe (es decir, en su relación personal con Dios) y a profundizar en los contenidos de la fe (que están resumidos en el Credo). Con ese motivo se han tenido muchos encuentros de estudio y celebraciones en todo el mundo.

En la Lumen Fidei, Francisco afirma que la fe no consiste únicamente en aceptar que Dios existe, sino en relacionarnos personalmente con él, en hacer experiencia de su ternura para comunicarla al mundo. Hablando de esta encíclica, el papa ha afirmado que “todos necesitamos ir a lo esencial de la fe cristiana, profundizarla y confrontarla con los problemas actuales” (Ángelus, 7-7-2013).

“Ir a lo esencial” no puede ser “un” programa que se limita a la duración de un año pastoral, sino que debe ser “el” programa que nos guíe siempre: redescubrir la belleza de nuestra fe, que es fuente de la verdadera alegría; alimentarla y fortalecerla.

15. El “Año de la Fe” se clausurará pronto, ¿qué se supone que viene después? ¿qué nos toca vivir a partir de ahora? 

Jesucristo nos dice claramente que “la obra que Dios quiere es que creáis en quien él ha enviado” (Jn 6,29). Esto es lo que nos toca vivir a partir de ahora y siempre: acoger a Jesús, el enviado de Dios, relacionarnos personalmente con él, estudiar sus enseñanzas, revestirnos de sus sentimientos. Solo así podremos alcanzar la vida en plenitud para la que fuimos creados, ya que él es “el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6). Por eso dice san Pedro que “bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que puedan salvarse” (Hch 4,12).

San Bernardo escribió un precioso poema dedicado al nombre de Jesús, en el que afirma que ni las palabras escritas ni las habladas son capaces de explicar lo que es el amor de Jesús, porque solo la experiencia permite comprender lo que significa. Dice así:

Dulce es el recuerdo de Jesús,

que trae la alegría verdadera al corazón; 
pero su presencia es más dulce 
que la miel y que todas las cosas. 

No puede cantarse nada más suave,

ni escucharse nada más agradable, 
no puede pensarse nada más delicioso 
que Jesús, el Hijo de Dios. 

Ni la lengua puede decirlo,

ni la pluma expresarlo; 
solo quien lo ha experimentado 
sabe lo que es amar a Jesús. 

Pienso que este debería ser nuestro único programa: buscar el rostro de Cristo y hacer experiencia personal de su infinita misericordia, que supera todo lo que podemos decir o pensar.

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