lunes, 9 de septiembre de 2013

Carta del papa a los carmelitas


El papa Francisco ha enviado una preciosa carta a los carmelitas de la antigua observancia, que se encuentran reunidos en capítulo general. Lo que les dice sirve para toda la gran familia del Carmelo: frailes, monjas, religiosas de vida activa y seglares, tanto de la “antigua observancia” como de los “descalzos”. Entre otras cosas afirma que “el antiguo carisma carmelita ha sido durante ocho siglos un don para toda la Iglesia, y aún hoy sigue ofreciendo su contribución única a la edificación del Cuerpo de Cristo”. A continuación recojo el texto completo en español.

Al reverendísimo padre Fernando Millán Romeral, Prior General de la Orden de los Hermanos de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo.

Me dirijo a vosotros, queridos Hermanos de la Orden de la Bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo, que celebráis en este mes de septiembre el Capítulo General. En un momento de gracia y de renovación, que os llama a discernir la misión de la gloriosa Orden carmelita, deseo ofreceros una palabra de ánimo y de esperanza. 

El antiguo carisma del Carmelo ha sido por ocho siglos un don para toda la Iglesia, y aún hoy continúa ofreciendo su particular contribución para la edificación del Cuerpo de Cristo y para mostrar al mundo el rostro luminoso y santo.

Vuestros orígenes contemplativos se encuentran en la tierra de la epifanía del amor eterno de Dios en Jesucristo, Verbo hecho carne. Mientras reflexionáis sobre vuestra misión como Carmelitas hoy, os propongo la consideración de tres elementos que pueden guiaros en la realización plena de vuestra vocación que es la subida al monte de la perfección: el obsequio de Jesucristo, la oración y la misión.

Obsequio
La Iglesia tiene la misión de llevar a Cristo al mundo y para esto, como Madre y Maestra, nos invita a cada uno a acercarnos a Él.

En la liturgia carmelita de la fiesta de la Virgen del Monte Carmelo contemplamos a la Virgen que esta “junto a la Cruz de Cristo”. Ese es también el puesto de la Iglesia: acercarnos a Cristo. Y es también el puesto de cada hijo fiel de la Orden carmelita. 

Vuestra Regla se inicia con la exhortación a los hermanos a “vivir en obsequio de Jesucristo”, para seguirle y servirle con un corazón puro e indiviso. 

La estrecha relación con Cristo se realiza en la soledad, en la vida fraterna y en la misión. “La opción fundamental de una vida concreta y radicalmente dedicada al seguimiento de Cristo” (Ratio Institutionis Vitae Carmelitae, 8) hace de vuestra existencia una peregrinación de transformación en el amor. 

El Concilio Ecuménico Vaticano II recuerda el lugar de la contemplación en el camino de la vida: la Iglesia tiene de hecho “la característica de ser, a la vez, humana y divina, visible y dotada de elementos invisibles, entregada a la acción y dada a la contemplación, presente en el mundo y, sin embargo, peregrina” (Sacrosantum Concilium, 2). 

Los antiguos eremitas del Monte Carmelo conservaron la memoria de aquel lugar santo y aún estando exiliados y lejanos mantenían la mirada y el corazón constantemente fijo a la gloria de Dios. 

Reflexionando sobre vuestros orígenes y sobre vuestra historia y contemplando la inmensa estela de cuantos han vivido a través de los siglos el carisma carmelita, descubriréis así vuestra vocación actual de ser profetas de esperanza. Y es precisamente esta esperanza en la que seréis regenerados. Con frecuencia aquello que aparece nuevo es algo muy antiguo iluminado por una nueva luz.

En vuestra Regla está el corazón de la misión carmelita de entonces y también de hoy. Mientras os preparáis para celebrar el octavo centenario de la muerte de Alberto, Patriarca de Jerusalén, en 1214, recordaréis que él formuló un “camino de vida”, un espacio que hace capaces de vivir una espiritualidad totalmente orientada a Cristo. Él delineó elementos externos e interiores, una ecología física del espacio y la armadura espiritual necesaria para responder adecuadamente a la vocación y cumplir eficazmente la propia misión.

En un mundo que permanentemente desconoce a Cristo y, de hecho, lo rechaza, vosotros sois invitados a acercaros y adheriros cada vez más profundamente a Él. Es una continua llamada a seguir a Cristo y a conformaros a Él. Esto es de vital importancia en nuestro mundo tan desorientado, “porque cuando se apaga su llama, también las otras luces acaban por perder su vigor” (Lumen fidei, 4). 

Cristo está presente en vuestra fraternidad, en la liturgia comunitaria y en el ministerio que se os ha confiado: renovad el obsequio de toda vuestra vida.

Oración
El Santo Padre Benedicto XVI, antes de vuestro Capítulo General de 2007, os recordó que “la peregrinación interior de la fe hacia Dios se inicia en la oración”; y en Castel Gandolfo, en agosto de 2010, os dijo: “vosotros sois aquellos que nos enseñan a orar”. 

Vosotros os definís como contemplativos en medio del pueblo. En efecto, si es verdad que estáis llamados a vivir en las alturas del Carmelo, también es cierto que estáis llamados a dar testimonio en medio del pueblo. La oración es el “camino real” que nos abre a la profundidad del misterio de Dios Uno y Trino, pero es también es camino obligado que se nos abre en medio al pueblo de Dios, peregrino en el mundo hacia la Tierra Prometida.

Una de las vías más bellas para entrar en la oración pasa a través de la Palabra de Dios. La lectio divina introduce en la conversación directa con el Señor y muestra los tesoros de su sabiduría. La íntima amistad con aquel que nos ama nos hace capaces de ver con los ojos de Dios, de hablar con su palabra en el corazón, de conservar la belleza de esta experiencia y de contemplarla con aquellos que están hambrientos de eternidad.

El regreso a la simplicidad de una vida centrada en el Evangelio es el reto para la renovación de la Iglesia, comunidad de fe que siempre encuentra nuevos caminos para evangelizar el mundo en continua transformación. 

Los santos carmelitas han sido grandes predicadores y maestros de oración. Esto es lo que aún hoy se pide al Carmelo del siglo XXI. A lo largo de vuestra historia, los grandes Carmelitas han sido un fuerte reclamo a la raíz de la contemplación, raíz fecunda siempre de la oración. Aquí está el corazón de vuestro testimonio: vivir, cultivar y transmitir la dimensión “contemplativa” de la Orden. 

Querría que cada uno se preguntase: ¿Cómo es mi vida de contemplación? ¿Cuánto tiempo dedico durante mi jornada a la oración y la contemplación? ¡Un carmelita sin esta vida contemplativa es un cuerpo muerto! 

Hoy más que en pasado es fácil dejarse distraer por las preocupaciones y por los problemas de este mundo y dejarse fascinar por sus falsos ídolos. Nuestro mundo está dividido de muchas maneras; el contemplativo, en cambio, vive la unidad y constituye una fuerte llamada a la unidad. 

Ahora más que nunca es el momento de descubrir el sendero interior del amor y ofrecer a la gente de hoy en el testimonio de la contemplación, en la predicación y en la misión no atajos inútiles, sino aquella sabiduría que emerge de meditar “día y noche la ley del Señor”, Palabra que siempre lleva junto a la cruz gloriosa de Cristo. 

Y unida a la contemplación, la austeridad de vida, que no es un aspecto secundario de vuestra vida y de vuestro testimonio. Es una tentación muy fuerte, también para vosotros, la de caer en la mundanidad espiritual. El espíritu del mundo es enemigo de la vida de oración: ¡no lo olvidéis nunca! Os exhorto a una vida más austera y penitente, según vuestra tradición más antigua, una vida lejana de toda mundanidad, lejos de los criterios del mundo.

Misión
Queridos hermanos Carmelitas, vuestra misión es la de Jesús. Toda planificación y análisis serviría de poco si el Capítulo no realizase un camino de verdadera renovación. La Familia Carmelita ha conocido una maravillosa “primavera” en todo el mundo, como fruto, otorgado por Dios, del esfuerzo misionero del pasado. 

Hoy la misión nos pone a veces duros desafíos, porque el mensaje evangélico no es siempre acogido y a veces incluso es rechazado con violencia. Nunca debemos olvidar que incluso si somos arrojados en aguas turbulentas y desconocidas, Aquel que nos llama a la misión nos da también el ánimo y la fuerza para actuarla. 

Por eso, celebrad el Capítulo animados de la esperanza que no muere jamás, con un fuerte espíritu de generosidad en el recuperar la vida contemplativa y la sencillez y austeridad evangélica.

Dirigiéndome a los peregrinos en la Plaza de San Pedro he tenido ocasión de decir: "Todo cristiano y toda comunidad es misionera en la medida en que lleva y vive el Evangelio y testimonia el amor de Dios hacia todos, especialmente hacia aquellos que se encuentran en dificultad. ¡Sed misioneros del amor y de la ternura de Dios! ¡Sed misioneros de la misericordia de Dios, que siempre nos perdona, siempre nos espera, y nos ama tanto!" (Homilía 5-5-2013). 

El testimonio del Carmelo en el pasado pertenece a la profunda tradición espiritual crecida en una de las grandes escuelas de oración. Esta ha suscitado el coraje de hombre y mujeres que han afrontado el peligro e incluso la muerte. Recordamos solamente los dos grandes mártires contemporáneos: santa Teresa Benedicta de la Cruz y el beato Tito Brandsma. Me pregunto entonces. ¿Hoy entre vosotros, se vive con la fuerza, con la valentía de estos santos?

Queridos hermanos del Carmelo, el testimonio de vuestro amor y de vuestra esperanza, enraizados en la profunda amistad con el Dios vivo, puede llegar como una “brisa ligera” que renueva y revigoriza vuestra misión eclesial en el mundo de hoy. A esto estáis llamados. 

El Rito de la Profesión pone en vuestros labios estas palabras: “Con esta profesión me uno a la familia carmelita para vivir al servicio de Dios y de la Iglesia y aspirar a la caridad perfecta con la gracia del Espíritu Santo y la ayuda de la Bienaventurada Virgen María” (Rito de la Profesión o.carm.).

La Bienaventurada Virgen María, Madre y Reina del Carmelo, acompañe vuestros pasos y haga fecundo en frutos el camino cotidiano hacia el Monte de Dios. Invoco sobre la entera Familia Carmelita, y en particular sobre los padres Capitulares, abundante dones del Espíritu Santo, y os imparto de corazón la implorada Bendición Apostólica.

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