sábado, 31 de agosto de 2013

Santa Teresa Margarita Redi, o.c.d. (1 de septiembre)


Mañana, si Dios quiere, se celebra la memoria de santa Teresa Margarita del Sagrado Corazón, mística carmelita italiana del s. XVIII de la que tuvimos ocasión de hablar y recoger las oraciones de la misa del día aquí. Hoy recojo un texto de las actas de canonización, que es la lectura que propone el breviario para el oficio divino.

Podría afirmarse que la vida entera de Teresa Margarita, enmarcada en tan breve espacio de años, fue una continua escalada de su angelical corazón hacia Dios.

Su alma candorosa buscaba a Dios como por instinto, convencida de que únicamente en él podía hallar descanso.

Teresa Margarita supo hermanar la pureza interior con una profunda humildad, deseando de veras ser desconocida y despreciada, y soportando la humillación no solo con paciencia, sino con alegría. En alas de su limpieza de corazón y humildad de espíritu, mereció remontarse a un altísimo grado de amor que pronto la abrasó en ardores seráficos. Había llegado así a no poder apenas hablar de Dios, sin que se le encendiese de resplandor el rostro. 

Apremiada por esta caridad divina, amaba también entrañablemente a todos los hombres, en especial a los desventurados pecadores, por quienes se había ofrecido a Dios en holocausto generoso. 

Servía a sus hermanas de comunidad, sobre todo a las enfermas, con tan humilde delicadeza y total desprendimiento, que parecía un ángel de caridad. 

Alimentaba la llama de ese amor principalmente con el pan eucarístico, del que tan viva hambre sentía, y con un culto peculiar al Sacratísimo Corazón de Jesús, precisamente en una época en que el contagio jansenista, propagado por distintos puntos de la Toscana, atajaba tan provechosa devoción. 

Veneraba además con tierno amor filial a la Madre de Dios, como modelo y abogaba de su pureza virginal. Favorecida con la gracia de una alta contemplación, se unía cada vez más estrechamente a Dios, como reflejando ya la luz del alba de la cercana eternidad.

Solo faltaba a Teresa Margarita, ante la inminencia de su partida, reproducir más al vivo en sí misma la imagen de su Esposo crucificado con el martirio místico de su alma, como correspondía a una hija auténtica de santa Teresa y a una fiel discípula de san Juan de la Cruz. E iba a ser la misma violencia del amor la raíz de este martirio. 

En efecto, cuanto más ardiente es la caridad, tanto más urge al alma a amar; ahora bien, estando ella incapacitada para abarcar la infinita amabilidad de Dios con su amor, se siente extrañamente atormentada por el insaciable anhelo de un amor más intenso y, envuelta en una especie de noche oscura, se cree como abandonada de Dios: que el amor cuanto más grande es, tanto más pequeño aparece a sus propios ojos. 

Sin embargo, un alma clavada en la cruz con Cristo, mediante ese supremo martirio del corazón, adquiere para sí y para los otros unos frutos de redención más copiosos. Precisamente las almas que llegan en la Iglesia a una pureza de más quilates y a una espiritualidad de más altura son las que con su apostolado oculto del sufrimiento, el amor y la oración contribuyen como nadie al bien de todos los hombres.

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