El 15 de agosto se celebra la fiesta de la asunción de la Virgen María a los cielos. Algunos quieren ver en esta fiesta la culminación de todos los privilegios que Dios le concedió por ser la madre de su Hijo. Yo prefiero pensar que ese es el destino que nos espera a todos: participar de la vida de Dios para siempre, tal como Jesús nos prometió. En María, que es modelo de fe y esperanza para todos los cristianos, ya se ha cumplido. Si perseveramos en la fe, en nosotros también se cumplirá en el momento oportuno, por la misericordia de Dios.
Oración de san Efrén de Siria (siglo IV). Mi santísima Señora, Madre de Dios, llena de gracia, tú eres la gloria de nuestra naturaleza, el canal de todos los bienes, la reina de todas las cosas después de la Trinidad, la mediadora del mundo después del Mediador; tú eres el puente misterioso que une la tierra con el cielo, la llave que nos abre las puertas del paraíso, nuestra abogada, nuestra mediadora. Mira mi fe, mira mis piadosos anhelos y acuérdate de tu misericordia y de tu poder. Madre de aquel que es el único misericordioso y bueno, acoge mi alma en mi miseria y, por tu mediación, hazla digna de estar un día a la diestra de tu único Hijo. Amén.
Reflexión de san Germán de Constantinopla (635-732). Lo repetiré una primera, una segunda y una tercera vez con toda la exultación de mi alma agradecida: verdaderamente, oh María, aunque hayas emigrado de esta tierra, no te has alejado, sin embargo, del pueblo cristiano. No te has alejado de este mundo que está envejeciendo, tú que eres, al igual que Cristo, vida incorrupta; incluso a aquellos que te invocan te acercas más aún y te haces encontrar por aquellos que te buscan con fe. Estas cosas demuestran claramente que el espíritu de vida sigue espirando, y que tu cuerpo está libre de la caducidad y de la corrupción. No podía suceder que tú, vaso sagrado capaz de contener a Dios, te disolvieras en el polvo de la muerte que corrompe. El que se había anonadado en ti era Dios desde el principio: ‘Él estaba en el principio con Dios y era la vida’ (Jn 1,2.4); era, pues, conveniente que la madre de la Vida fuera asimismo compañera de la Vida y, recibida la muerte como un sueño, como madre de la Vida, su salida de esta tierra fuera parecida a un despertar
Himno de la liturgia de las horas, compuesto por Juan López de Úbeda en el siglo XVI.
Virgen pura, hoy quiere Dios
que subáis del suelo al Cielo,
pues cuando quisisteis vos,
él bajó del Cielo al suelo.
Si en la tierra daros quiso
Dios del bien que allá tenía,
¿Qué os dará en el paraíso,
donde todo es alegría?
El amor vuestro y de Dios
hoy se encuentran en el vuelo,
pues por él a Dios vais vos,
y él a vos vino del Cielo.
El Padre os da la corona,
el Hijo su diestra mano,
y la Tercera Persona
os da su amor soberano.
Alcanzáis, Virgen, de Dios
premios, honras y consuelo,
y por él sois Cielo vos,
y él por vos hombre en el suelo.
Himno de la liturgia de las horas, compuesto por Gerardo Diego (1896-1987).
¿Adónde va, cuando se va, la llama?
¿Adónde va, cuando se va, la rosa?
¿Adónde sube, se disuelve airosa,
hélice, rosa y sueño de la rama?
¿Adónde va la llama, quién la llama?
A la rosa en escorzo ¿quién la acosa?
¿Qué regazo, qué esfera deleitosa,
qué amor de Padre la alza y la reclama?
¿Adónde va, cuando se va escondiendo
y el aire, el cielo queda ardiendo, oliendo
a olor, ardor, amor de rosa hurtada?
¿Y adónde va el que queda, el que aquí abajo,
ciego del resplandor se asoma al tajo
de la sombra transida, enamorada?
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