lunes, 18 de julio de 2022

María Madre y hermosura del Carmelo


Los primeros carmelitas se consagraban a vivir «en obsequio de Jesucristo», tal como dice la Regla. Sus modelos eran el profeta Elías (que habitó en el Monte Carmelo) y la Virgen María. 

De hecho, desde finales del siglo XII, todos los documentos que hablan de los ermitaños latinos del Carmelo afirman que se reunían en una capilla situada en medio de las celdas y dedicada a la Virgen María, venerada como la «Señora del lugar» e invocada como «Mater et decor Carmeli» (‘Madre y hermosura del Carmelo’). 

En el contexto feudal, los vasallos ofrecían obediencia al señor al que pertenecían las tierras en las que vivían, lo que significaba que tenían que hacerle algunos servicios y entregarle impuestos a cambio de su protección en los momentos de peligro. 

Los primeros carmelitas no se sentían vasallos de ningún señor feudal. Para ellos, Jesús y María eran los propietarios de las tierras del Carmelo donde habitaban, por lo que solo a ellos ofrecían su obediencia y solo de ellos esperaban ayuda y protección.

La intimidad de vida con María era tan fuerte que se dieron a sí mismos el nombre de «Hermanos de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo». 

Como ella, querían «meditar todas las cosas referentes a Jesús, conservándolas en su corazón», para cumplir lo que manda la Regla: «Mediten día y noche en la Palabra de Dios a no ser que estén ocupados en otras legítimas actividades». 

A ella la tenían por modelo de vida en la oración constante y en el servicio de Cristo, por lo que la consideraban hermana mayor o priora (no olvidemos que el prior es el «primus inter pares», es decir el ‘primero entre iguales’). 

Este título les causó serios problemas cuando se trasladaron a Europa durante el siglo XIII. En aquella sociedad feudal admitían que unos religiosos se consagraran a ser «oblatos», «siervos» o «esclavos» de la Virgen. Pero les parecía una falta de respeto que quisieran ser considerados sus «hermanos» y que pretendieran una intimidad con ella que a muchos les parecía irreverente. 

En la época, todos alababan los privilegios de la Madre de Dios, pero pocos consideraban su vida real y se atrevían a proponerla como modelo de fe. Pero los carmelitas perseveraron en sus enseñanzas: María es nuestra madre, nuestra hermana, nuestro modelo de vida tanto en la fe como en la caridad. Estas ideas han permanecido en la doctrina de la Orden a lo largo de los siglos, enriqueciéndose con nuevas reflexiones.

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