martes, 9 de julio de 2013
La encíclica de Lampedusa
El Papa Francisco ha publicado una encíclica sobre la fe escrita por el Papa Benedicto. Texto hermoso y denso, teológico, profundo, del que tendremos ocasión de hablar. Pero hoy no me refiero a esa encíclica, sino a la que publicó ayer lunes 8 de agosto de 2013 en su visita a la isla italiana de Lampedusa, no hecha de palabras, sino de gestos.
Es el primer viaje de este Papa fuera de Roma y creo que puede convertirse en programático de todo su pontificado.
En primer lugar, no ha precedido la invitación oficial de las autoridades del lugar (ni políticas ni eclesiásticas), sino una sencilla carta del párroco, que informaba al Papa de los sufrimientos de los emigrantes que llegan a la isla buscando un futuro mejor, especialmente de los muchos que mueren en el mar sin que nadie los eche de menos ni los llore.
El Papa ha decidido acercarse a la isla a pedir perdón por la indiferencia de muchos cristianos ante el sufrimiento de sus hermanos. Por eso ha celebrado una misa penitencial, con paramentos morados. En la primera lectura, Dios preguntaba a Caín: ¿Dónde está tu hermano? y el Papa ha querido recordarnos que todo ser humano es hermano nuestro y que todos somos responsables del bienestar y del sufrimiento de los demás. Tienen el texto de la homilía aquí.
No ha sido una visita oficial, por lo que pidió que no hubiera presencia de autoridades políticas ni religiosas y se movió con un jeep prestado por un vecino.
El altar ha sido montado sobre una barquichuela de las muchas que han llegado a la isla cargada de inmigrantes sin papeles.
El ambón (el lugar desde donde se proclaman las lecturas) era un timón y otros restos de una patera naufragada.
También el báculo (el bastón del obispo) era de madera, labrado por un artesano local con los restos de una barca.
Incluso el cáliz fue realizado con el mismo material, conservando un clavo oxidado atravesando la base.
El Papa ha invitado en muchas ocasiones a los cristianos a ir a las periferias, allí donde el hombre llora, para besar "la carne de Cristo", que sufre en los desheredados. La celebración de la misa del Jueves Santo en un centro de reclusión de menores fue un gesto profético, al que hay que sumar la visita a la casa de las misioneras de la caridad de la madre Teresa de Calcuta en el Vaticano y la invitación a comer con él a un grupo de indigentes. La visita al campo de refugiados de Lampedusa es un gesto más que se une a los anteriores.
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