martes, 30 de mayo de 2023

Visitación de María a Isabel


El 31 de mayo se celebra la fiesta de la visitación de María a su prima santa Isabel. Les propongo un precioso texto de José María Pérez Lozano (1926-1975), que recrea poéticamente la escena:

Al fin, en casa de Isabel. Quizá alguna vecina la viese llegar por la ladera. "¿No es aquella María, tu pariente?" Quizá Isabel sentiría una súbita necesidad de salir bajo el emparrado y colocar su mano como visera sobre sus ojos y sonreír luego con el júbilo del reconocimiento.

María "entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel", sigue san Lucas. Sería un saludo respetuoso, por los años de Isabel y por el afecto, el viejo saludo tradicional de Palestina: "La paz sea contigo, Isabel". Pero ya, aquí, en este momento, el prodigio: Isabel siente algo. Algo que no le dicen la sangre ni la carne, sino aquel que está en los cielos y para el cual nada es imposible. 

Por primera vez el mesías va a ser reconocido. Isabel siente que aquel hijo que va en el sexto mes y que, según la profecía del ángel a Zacarías, está lleno del Espíritu Santo desde el seno de su madre, salta en su vientre, como un niño que brinca de alegría. Y "ella misma —dice san Lucas— se sintió llena del Espíritu Santo". Isabel ve a María, se mira en sus ojos anchos y prodigiosos, entra por ellos hasta el misterio que trae escondido la doncella. Y exclama en alta voz:

"¡Bendita eres tú entre las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿De dónde se me concede que la Madre de mi Señor venga a mí? He aquí que tan pronto como tu voz ha resonado en mis oídos, ha saltado el niño en mi seno. Bienaventurada tú, que has creído que se cumplirán las cosas que se te han dicho de parte del Señor!"

Hay un desatarse del júbilo de Isabel. ¿Qué ha visto la anciana en aquella muchacha para bendecirla "entre todas las mujeres"? ¿Qué luz llevan los ojos de María? ¿Qué misterioso mensaje ha recibido Isabel, en inspiración súbita del Espíritu Santo? Esta es, sin duda, la fuente de su conocimiento. Solo así pudo Isabel saber que su prima María esperaba un hijo, y que ese hijo no era un niño como los demás. 

Hay, en este acontecer de las cosas, una fulgurante dilación poética, que va encajándolas en una sorprendente armonía. Dios no solo escribe la historia, no solo la inventa, sino que, además —y es lógico que así sea—, lo hace con una delicadísima belleza, mezclando las encantadoras cosas cotidianas con las cosas celestes. Y, así, las personas que van cruzando por esa realista pantalla cinematográfica que es el evangelio son seres suspendidos entre el cielo y la tierra, con sus ventanas abiertas siempre al prodigio.

¿Veis cómo Isabel rinde homenaje a María, su jovencísima prima? Los saltos de Juan el Bautista en el seno de su madre son el primer signo de una expectación humana ante el mesías que ya viene, que necesitará que sus caminos sean allanados para que la verdad camine fácilmente y encuentre eco en los corazones endurecidos de los hombres.

Pero ved cómo Dios mismo quiere, además, evitar a la Señora la explicación de algo inexplicable. ¿Qué palabras podría usar María para decir a Isabel que el mesías estaba ya en su seno? ¿Podía tal prodigio ser explicado con las pequeñas palabras humanas, las que nos sirven para pesar, contar y medir, para dar razón apenas de los actos humanos? 

Dios se adelanta al rubor de María y hace conocer a Isabel, portentosamente, lo ocurrido. Dios mismo va delante de María, abriendo también ante ella los caminos.

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