lunes, 24 de abril de 2023

San Marcos Evangelista


Cada uno de los evangelistas
ofrece una perspectiva de Cristo, ya que se adaptan a sus destinatarios. Son cuatro caminos para profundizar en el conocimiento del único Cristo, pero escritos con diferentes sensibilidades, en lugares distintos y para ser leídos por gente distinta. 

San Marcos escribió en Roma y para romanos, san Mateo para una comunidad con numerosos cristianos provenientes del judaísmo, san Lucas para griegos, san Juan hizo una reflexión más madura sobre el misterio de Cristo. 

Juan Marcos nació en Jerusalén, era primo de san Bernabé y compañero de este y de san Pablo en su primer viaje apostólico. Más tarde también acompañó a san Pedro en sus viajes. Su madre se llamaba María y en su casa se celebró la última cena, vino el Espíritu Santo sobre los apóstoles el día de Pentecostés y se reunía la primera comunidad cristiana. 

A san Marcos lo pintan con un león, porque empieza diciendo que Jesús ayunaba en el desierto y las fieras le hacían compañía. En los iconos coptos siempre colocan en algún sitio el famoso faro de Alejandría (ciudad en la que predicó y murió) y otras referencias a su país, como las pirámides. Su fiesta es el 25 de abril.

Sabemos que escribió en Roma porque usa muchas palabras latinas y hace referencias a costumbres e instituciones romanas: censo, centurión, denario, cuadrante (una moneda que sólo se usaba en la Urbe), legión, etc.

Marcos es el Evangelio más antiguo (escrito hacia el año 60) y más breve de los cuatro (16 capítulos). Desde la primera línea, Marcos tiene claro su objetivo: «Inicio de la Buena Noticia que es Jesús, que es el Mesías, que es el Hijo de Dios» (Mc 1,1). Se propone hablar de Jesús a partir de sus recuerdos y de los de san Pedro, para transmitir su fe a los demás cristianos de Roma: Jesús es el Mesías (salvador prometido a Israel por los profetas) y es el Hijo de Dios (del único Dios, creador de todo y salvador de todos) y esto es una Buena Noticia (Evangelio).

Toda la primera parte del Evangelio se encuentra marcada por la continua pregunta que la gente se hace: «¿Quién es este?», que perdona los pecados, que habla con autoridad, que manda al viento y al mar, que vence sobre el demonio… 

En la mitad exacta, nos encontramos que es Jesús quien pregunta a los discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?». Ante la diversidad de respuestas les pregunta directamente: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Pedro dará una primera respuesta, comprometedora, aunque aún incompleta: «Tú eres el mesías» (Mc 8, 29). 

Pedro reconoce a Jesús como el prometido por los profetas, el enviado de Dios para salvar a Israel. El problema es que los judíos esperaban un mesías triunfante, que habría de reinar y triunfar sobre los enemigos de Israel, estableciendo un reino político poderoso y dominando sobre los otros pueblos, como David. 

Jesús, por el contrario, es el mesías, «Siervo de Yahvé» que, como anunció Isaías, salvará al pueblo de los pecados por medio de su sufrimiento y de su muerte. Por eso Jesús, cada vez que hace un milagro pide que no lo digan a nadie. Es el llamado «secreto mesiánico». 

Una vez que Pedro ha confesado que Jesús es el mesías, él les anuncia el proyecto de Dios, con el primer anuncio de la pasión y muerte en cruz. A partir de ahí comienza su viaje final a Jerusalén, donde la voluntad de Dios se manifestará plenamente y donde la identidad de Jesús también se manifestará, cuando el centurión romano confiese, al verle morir: «Verdaderamente este era Hijo de Dios».

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