miércoles, 3 de mayo de 2023

Himno a la cruz, de Venancio Fortunato


San Venancio Fortunato (536-610) es el último de los grandes poetas de la antigüedad romana, ya a las puertas de la Edad Media. Nació en Italia, pero fue obispo de Poitiers. Compuso once libros de poemas variados (himnos litúrgicos, elegías fúnebres, epigramas, etc.), además de un tratado sobre el credo, otro sobre el Padrenuestro y varias vidas de santos. Su himno más famoso se canta en las celebraciones en honor de la cruz de Cristo, especialmente el día de Viernes Santo, el 14 de septiembre (fiesta de la exaltación de la cruz) y el 3 de mayo (fiesta del hallazgo de la cruz). Dice así:

¡Oh Cruz fiel, árbol único en nobleza!
Jamás el bosque dio mejor tributo
en hoja, en flor y en fruto.
¡Dulces clavos! ¡Dulce árbol
donde la Vida empieza
con un peso tan dulce en su corteza!

Cantemos la nobleza de esta guerra,
el triunfo de la sangre y del madero;
y un Redentor, que en trance de Cordero,
sacrificado en cruz, salvó la tierra.

Dolido mi Señor por el fracaso
de Adán, que mordió muerte en la manzana,
otro árbol señaló, de flor humana,
que reparase el daño paso a paso.

Y así dijo el Señor: "¡Vuelva la Vida,
y que el Amor redima la condena!"
La gracia está en el fondo de la pena,
y la salud naciendo de la herida.

¡Oh plenitud del tiempo consumado!
Del seno de Dios Padre en que vivía,
ved la Palabra entrando por María
en el misterio mismo del pecado.

¿Quién vio en más estrechez gloria más plena,
y a Dios como el menor de los humanos?
Llorando en el pesebre, pies y manos
le faja una doncella nazarena.

En plenitud de vida y de sendero,
dio el paso hacia la muerte porque él quiso.
Mirad de par en par el paraíso
abierto por la fuerza de un Cordero.

Vinagre y sed la boca, apenas gime;
y, al golpe de los clavos y la lanza,
un mar de sangre fluye, inunda, avanza
por tierra, mar y cielo, y los redime.

Ablándate, madero, tronco abrupto
de duro corazón y fibra inerte;
doblégate a este peso y esta muerte
que cuelga de tus ramas como un fruto.

Tú, solo entre los árboles, crecido
para tender a Cristo en tu regazo;
tú, el arca que nos salva; tú, el abrazo
de Dios con los verdugos del Ungido.

Al Dios de los designios de la historia,
que es Padre, Hijo y Espíritu, alabanza;
al que en la cruz devuelve la esperanza
de toda salvación, honor y gloria. Amén.

Ese "¡Oh" de admiración con el que empieza el texto debería ser la actitud del cristiano ante la cruz: el estupor, el asombro, la admiración ante el misterio del amor de Dios, tal como recuerda san Pablo:
"Cristo me amó y se entregó por mí" (Gál 2,20).
"Cristo os amó y se entregó por vosotros" (Ef 5,2).
"Siendo todavía pecadores, Cristo murió por nosotros" (Rom 5,10-11).

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