lunes, 26 de diciembre de 2022

San Esteban, protomártir


La fiesta del diácono san Esteban
se celebra al día siguiente de Navidad desde el siglo IV en Oriente y desde el siglo V en Occidente. En la extensión de esta fiesta, influyó mucho la carta del presbítero Luciano, que el año 415 comunicó a las Iglesias el hallazgo de sus reliquias en Jerusalén. 

En la primera lectura de la misa se recuerda su sacrificio y el evangelio dice que a todos los que creen en el Niño de Belén les puede pasar lo mismo.

De alguna manera, en el evangelio del día de Navidad ya lo habíamos escuchado: «La luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la recibió. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron» (Jn 1,1ss). Los hijos de las tinieblas rechazan la luz que denuncia sus pecados. Por eso, Jesús dice: «Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas y os harán comparecer ante gobernadores y reyes, por mi causa. El que persevere hasta el final, se salvará» (Mt 10,17-22).

Estamos llamados a no quedarnos solo en los elementos externos de la Navidad, sino a comprender las consecuencias de la encarnación: El Hijo de Dios ha asumido nuestra naturaleza herida por el pecado: las blasfemias, los crímenes y las omisiones de los hombres de todos los tiempos. Ha cargado con todo y ha pagado por todos. 

De hecho, en los cuadros e iconos antiguos, el pesebre tiene forma de sepulcro y el Niño es representado envuelto en vendas, como si fuera un cadáver. Sus lágrimas son anticipo de una vida de sufrimientos, libremente asumida, para salvar al hombre del pecado. 

Por eso, el primer día de la Octava, las vestiduras litúrgicas blancas o doradas, signo de la gloria y de la luz, se cambian por el rojo de la sangre derramada, recordándonos que seguir a Jesús tiene consecuencias, que pueden llegar hasta el martirio.

"Quien entrega su vida por amor, 
la gana para siempre",
dice el Señor.

Aquí el bautismo proclama
su voz de gloria y de muerte.
Aquí la unción se hace fuerte
contra el cuchillo y la llama.
Mirad cómo se derrama
mi sangre por cada herida.
Si Cristo fue mi comida,
dejadme ser pan y vino
en el lagar y en el molino
donde me arrancan la vida.

Padre santo, concédenos la gracia de imitar a tu mártir san Esteban y de amar a nuestros enemigos, ya que celebramos la muerte de quien supo orar por sus perseguidores. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina en la unidad del Espíritu Santo y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

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