miércoles, 23 de diciembre de 2020

Las cuatro misas del día de Navidad


El día de Navidad tiene cuatro formularios distintos para la celebración de la eucaristía, dependiendo del horario en que se celebran. En el s. IV solo había una misa solemne, en la que se reunía toda la comunidad cristiana pero, con el tiempo, la celebración se fue enriqueciendo.

Desde el s. VI, la fiesta de Navidad se enriqueció en Roma con tres misas, cada una con sus propios formularios de lecturas y oraciones.

En la basílica de Santa María la Mayor, el papa presidía la primera, precedida del oficio nocturno, en la noche del 24 de diciembre.

Seguía el canto de laudes y otra misa celebrada por el papa para los griegos en la Iglesia de santa Anastasia, a la que ellos tenían especial devoción y cuya fiesta celebraban en esa fecha. Con el pasar del tiempo, esa misa de la aurora se trasformó en celebración plenamente navideña.

Por último, el papa presidía otra solemne eucaristía (la más antigua de todas) en la basílica de San Pedro. A partir del s. XII se celebraban las tres en Santa María la Mayor. 

Los autores medievales interpretaron la costumbre de las tres misas de Navidad como una celebración del triple nacimiento del Señor: la generación eterna del Padre, el nacimiento temporal de María Virgen y el nacimiento por gracia en el alma de los justos.

En 1968 se añadió una cuarta, la de la vigilia. Los actuales formularios subrayan distintos aspectos del gran misterio celebrado en este día. Hablemos brevemente de cada una de ellas:


Misa de la vigilia. Se celebra en la tarde del día 24 de diciembre. En el evangelio se proclama la genealogía de Jesús según S. Mateo, que va desde Abrahán hasta José, para indicar el cumplimiento de todas las promesas hechas por Dios a Israel.

Misa de la noche. En español, llamada «de Nochebuena» o «del gallo». En el evangelio se proclama el mensaje gozoso de los ángeles: «Os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador» (Lc 2,10ss). Como los pastores, todos estamos rodeados de tinieblas y necesitamos de esta Buena Noticia. Por eso, el salmo responsorial actualiza el mensaje angélico, al pasar del os ha nacido al nos ha nacido: «Hoy nos ha nacido un salvador; el Mesías, el Señor». Se ha cumplido plenamente lo que anunció el profeta en la primera lectura: «El pueblo que caminaba en tinieblas vio una luz grande» (Is 9,1).

Misa de la aurora. Los pastores, tras ofrecer sus dones al Niño Jesús, «se volvieron, dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído» (Lc 2,16ss). La luz del día de Navidad recuerda que Dios puede ser visto en Jesús. Como los pastores, una vez que hemos encontrado a Jesús, también nosotros estamos llamados a dar gloria a Dios con nuestras vidas, testimoniando «lo que hemos visto y oído» (cf. 1Jn 1,1). De hecho, la liturgia suplica «que resplandezca en nuestras obras la fe que haces brillar en nuestro espíritu» y pide la gracia de no quedarse en la exterioridad de la fiesta, sino de penetrar en su misterio. 


Misa del día. El profeta proclama en la primera lectura: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que trae la Buena Noticia!» (Is 52,7), ¿De qué noticia habla? La segunda lectura da la respuesta: «Dios habló antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora nos ha hablado por su Hijo» (Heb 1,1). Dios ya no se dirige a los hombres a través de intermediarios, sino directamente. Por eso, el salmo responsorial canta con júbilo: «Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios». Efectivamente, Dios se ha manifestado en Cristo, que es el rostro visible del Dios invisible y nos revela el amor del Padre. La lectura del prólogo de san Juan subraya al mismo tiempo la identidad divina de Jesús y el realismo de su encarnación.

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