Pero la misericordia de Dios desborda nuestras expectativas: Él sigue ofreciéndonos su perdón y su bendición todos los días. Mediante el ministerio del sacerdote, en el sacramento de la penitencia (también llamado sacramento de la reconciliación o de la confesión) verdaderamente se concede al pecador arrepentido el perdón de sus pecados cometidos después del bautismo. Por eso dice san Pablo: «Nosotros hacemos de embajadores de Cristo, como si Dios mismo os exhortase por medio de nosotros. Os suplicamos en nombre de Cristo: dejaos reconciliar con Dios» (2Cor 5,20). La ley de la Iglesia pide a todos los cristianos que se confiesen al menos una vez al año, por Pascua de resurrección, pero es conveniente hacerlo más a menudo, para recibir la gracia de Dios y crecer en su amistad.
«El Bautismo es el primero y principal sacramento para el perdón de los pecados: nos une a Cristo muerto y resucitado y nos da el Espíritu Santo. Por voluntad de Cristo, la Iglesia posee el poder de perdonar los pecados de los bautizados y ella lo ejerce de forma habitual en el sacramento de la penitencia por medio de los obispos y de los presbíteros» (Catecismo de la Iglesia Católica, 985-986).
Preguntas para la reflexión
Si ya soy hijo de Dios, debería vivir como corresponde a quienes han recibido una dignidad tan grande. ¿Soy consciente del gran don que se me ha dado en el bautismo?, mi vida ¿es consecuente con dicha dignidad?
Dado que no siempre vivo como corresponde a un hijo de Dios, ¿recibo periódicamente el perdón de los pecados, participando en el sacramento de la penitencia? Dios me ofrece siempre su perdón, ¿yo soy capaz de perdonar a los que me han ofendido?
Dado que no siempre vivo como corresponde a un hijo de Dios, ¿recibo periódicamente el perdón de los pecados, participando en el sacramento de la penitencia? Dios me ofrece siempre su perdón, ¿yo soy capaz de perdonar a los que me han ofendido?
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