miércoles, 8 de marzo de 2023

Santa Teresa de Jesús, escritora


Para comprender la singularidad de Teresa de Jesús, tenemos que detenernos unos momentos para tomar conciencia de lo que significa que esa mujer fue escritora. Basta intentar hacer un listado de mujeres escritoras anteriores al siglo XIX para darnos cuenta del escaso número que conseguimos recordar. 

Se conservan miles de folios autógrafos de Teresa (cosa única también con respecto a los escritores varones de su época). 

Sus escritos son un fiel reflejo de su persona y el mejor camino que tenemos para conocerla; ella era consciente y, de hecho, al enviar el manuscrito del Libro de la vida al padre García de Toledo, le asegura: «Aquí le entrego mi alma» y cuando escribe a doña Luisa de la Cerda pidiéndole informaciones sobre el manuscrito, dice: «Puesto que la entregué mi alma, no deje de cumplir con mi encargo». 

Sin embargo, hoy no podemos seguir manteniendo el prejuicio –tan repetido en tiempos pasados– de que Teresa escribe descuidadamente, como habla, de manera espontánea, sin esforzarse en la redacción de sus obras. 

Es cierto que era amiga de la «llaneza y claridad», como dice en una de sus cartas, por lo que no utiliza muchos artificios retóricos. También es verdad que en ocasiones no usa borradores ni tiene tiempo para repasar lo que ha escrito. 

Pero no debemos ignorar que algunos de sus símbolos son muy elaborados y que reescribe completamente varios de sus tratados (el Libro de la vida y el Camino de perfección, por ejemplo y, en parte, también el Comentario al Cantar de los cantares). 

Además, las importantes lagunas sobre temas conflictivos (como la ascendencia judía de su padre, los juicios inquisitoriales de Sevilla y Valladolid…) y sus repetidas justificaciones y excusas por atreverse a escribir a pesar de ser mujer, nos indican que las cosas no son tan sencillas como podrían parecer a primera vista. 

Teresa no escribe para sí misma, sino para ser leída por otros: por sus confesores y consejeros, por sus monjas, por sus amistades y por un círculo amplio de desconocidos destinatarios a los que ella quiere llegar. Por eso, al contar su experiencia oracional, tiene mucho cuidado con lo que quiere decir y también con lo que no puede o no debe decir en público. 

Para entender su pensamiento, es tan importante lo que cuenta en sus libros como lo que se calla. En parte, sus numerosas cartas completan estas lagunas; a pesar de todo, a veces nos encontramos con temas que no desarrolla por prudencia, y así lo advierte a sus destinatarios: «No es para carta..., se lo diré cuando nos veamos, porque no son cosas para escribirlas». 

Afortunadamente, varios de sus colaboradores más directos, como Jerónimo de la Madre de Dios (Gracián), Julián de Ávila, Ana de Jesús (Lobera), Ana de san Bartolomé (García), María de san José (Salazar)..., siguiendo su ejemplo, pusieron por escrito sus relaciones con santa Teresa, los recuerdos de los viajes y fundaciones de casas que compartieron, así como las enseñanzas que de ella recibieron. Todos estos libros son un precioso complemento a los escritos de la Santa.

Texto tomado de mi libro "De la rueca a la pluma. Enseñanzas de Santa Teresa de Jesús para nuestros días". Editorial Monte Carmelo, Burgos 2015, páginas 46-48. Enlace a la reseña de la editorial aquí.

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