El evangelio del domingo 22 del tiempo ordinario, "ciclo b", presenta una discusión entre los fariseos y Jesús. Aquellos le reprochan que él y sus discípulos no observan algunas tradiciones heredadas de sus mayores (en concreto, se ve que eran un poco "marranos" y no se lavaban las manos antes de comer).
Jesús no condena las tradiciones, pero las coloca en su justo lugar. Él nos enseña que no nos salva el cumplimiento de las costumbres y tradiciones, por muy buenas que sean, sino la fe en Dios y el deseo de cumplir su voluntad (aunque no siempre lo consigamos).
Han pasado 2000 años desde entonces y a veces seguimos confundiendo la fe con las costumbres y las tradiciones. Estas últimas, por muy buenas que sean, nunca deben desplazar a aquella.
Cada pueblo y cada grupo humano tiene sus tradiciones (la mayoría son muy dignas de respeto, aunque algunas no lo sean), pero nunca nos salvará la repetición de unos ritos.
Lo esencial del cristianismo es la persona de Cristo, por encima de cualquier estructura, costumbre o idea, por importantes que esas sean. Él es el único salvador del mundo ayer, hoy y siempre. Y el corazón del mensaje de Cristo, tal como está recogido en el evangelio, es la misericordia, que debe ser la primera y principal ley de los cristianos.
Muchos no quieren aceptarlo y siguen convencidos de que son más importantes las normas morales o litúrgicas, las tradiciones y las normas canónicas. Todas esas cosas son importantes, pero hay una que es más importante y que tiene que estar por encima de todo lo demás: la misericordia.
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