viernes, 10 de julio de 2020

El carisma del Carmelo


La Orden del Carmelo surgió en un tiempo y lugar determinados (la Tierra Santa, a finales del siglo XII), con unos ideales concretos y unos elementos configuradores del carisma, que se plasmaron en la Regla de san Alberto y después se desarrollaron y enriquecieron a través de los siglos con la vivencia de los carmelitas (frailes, monjas y seglares). En concreto, podemos subrayar cuatro elementos fundamentales del carisma carmelitano en sus orígenes. Podemos decir que son los elementos comunes a toda la familia carmelitana. Después, cada rama de la misma tiene sus peculiaridades que lo enriquecen:

1- La fuerte dimensión contemplativa. El profeta Elías se retiró al monte para tener una experiencia del Dios vivo y lo descubrió en la caricia de una brisa suave. Como él, los carmelitas buscan el rostro de Dios, se esfuerzan por meditar su Palabra y vivir en su presencia, quieren dejarse acariciar por la brisa de su Espíritu. El Carmelo, antes que un conjunto de doctrinas que estudiar o de prácticas morales, es una propuesta de vida, en la que son esenciales el encuentro personal con el Dios vivo, la experiencia de su cercanía, de su amor, de su ternura y de su gracia. Los tiempos prolongados de silencio y soledad favorecen este aspecto.
 
2- La vida en obsequio de Jesucristo. El carmelita no se consagra a hacer cosas, sino a servir a Cristo con corazón sincero. Su Dios no es un ser impersonal, que permanece desconocido e inaccesible. Dios se ha hecho cercano, se ha manifestado en Cristo, que es el único camino que lleva al Padre y la única fuente del Espíritu Santo. La lectura asidua de la Escritura, la celebración de los sacramentos, la práctica de las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad), nos ayudan a identificarnos con Cristo, a apropiarnos de sus sentimientos, a revestirnos de él, a quien pertenecemos por completo. Más importante que los trabajos que desarrollamos en cada momento es la conciencia de pertenecer a Cristo y de hacer todo por su amor.
 
3- La dimensión mariana. En el Carmelo, María es la hermana mayor, compañera de camino, madre, protectora y modelo de consagración. El mismo título oficial de la Orden indica una relación de especial intimidad con ella: “Hermanos de la bienaventurada Virgen María del Monte Carmelo”. Los carmelitas veneran a la “peregrina de la fe” como maestra de oración, de escucha de la Palabra y de confianza en Dios y se sienten sus “hermanos”.

4- La misión al servicio de la Iglesia. Desde el siglo XIII, en que los primitivos ermitaños se convierten en mendicantes, como las otras Órdenes mendicantes (franciscanos, dominicos y agustinos, principalmente), asumen los trabajos pastorales en beneficio de los hermanos, especialmente mediante la predicación y la consagración misionera, renunciando a la “estabilidad” monástica y estando dispuestos a ponerse siempre en camino para ofrecer su servicio allí donde se los requiera.

Para quienes quieran profundizar en el argumento, la página oficial de los carmelitas de la antigua observancia presenta el tema así:

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