miércoles, 5 de noviembre de 2025

Santa Teresita y el Sagrado Corazón de Jesús


Aunque la devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene raíces anteriores, alcanzó gran difusión en el siglo XIX, marcada por un fuerte acento en la reparación y la expiación por los pecados. Se insistía en el dolor que los pecadores causan a Cristo, simbolizado por las espinas de su corazón, y se promovían oraciones y actos de desagravio en un tono solemne y reiterativo. La encíclica "Miserentissimus Redemptor" de Pío XI (1928) resume bien esta espiritualidad: el papa subraya el deber de reparar los pecados del mundo y satisfacer la justicia divina ante los ultrajes cometidos contra Cristo y su Iglesia, con actos de penitencia.

En la oración oficial de reparación incluida en la encíclica se enumeran detalladamente los males que se desean expiar —desde la inmoralidad y la profanación del domingo hasta las blasfemias y sacrilegios— y se expresa incluso el deseo de lavar con la propia sangre tales crímenes. Este lenguaje refleja una espiritualidad centrada en el temor al pecado y en la necesidad de compensar los ultrajes infligidos a Dios.

Frente a esta mentalidad, Teresa del Niño Jesús ofrece una visión completamente distinta, más evangélica y confiada. En lugar de acentuar la culpa y el castigo, contempla en el corazón de Jesús la revelación del amor divino que se entrega sin condiciones. En una de sus poesías expresa que desea encontrar un corazón “ardiente de ternura”, que la ame tal como es, incluso en su pobreza, y que nunca la abandone. Para ella, el amor de Cristo no depende de los méritos humanos, sino de la generosidad divina.

Teresa interpreta el corazón de Jesús no como símbolo del sufrimiento causado por el pecado, sino como imagen viva del amor personal de Dios que conoce a cada uno por su nombre. Ese amor incondicional infunde paz, confianza y alegría. La experiencia de saberse amada la libera del miedo al juicio y del deseo de ganar méritos. Está convencida de que nada podemos hacer para “comprar el cielo”, porque todo es don gratuito de Cristo, adquirido para nosotros a precio de su sangre.

Por eso, su respuesta no es la expiación, sino el amor agradecido. Su única aspiración es amar a Jesús y hacerlo amar. Incluso el purgatorio lo concibe no como castigo, sino como el fuego del mismo amor divino que purifica y transforma: «Por purgatorio escojo tu amor consumidor». En esa confianza absoluta se resume toda su devoción al Corazón de Jesús: no miedo, sino amor; no reparación, sino comunión.

1. Sobre el sepulcro santo María Magdalena
buscando a su Jesús se inclinaba llorando. […]

2. Mostrándole primero su santa Faz gloriosa,
una sola palabra del Corazón le brinca,
y murmurando el nombre tan dulce de “¡María!”,
Jesús le da la paz y la inunda de dicha. […]

4. Yo quiero un corazón ardiente de ternura
que me sirva de apoyo sin jamás vacilar,
que todo lo ame en mí, incluso mi pobreza,
que nunca me abandone, ni me olvide jamás. […]

5. ¡Cómo me has comprendido, único Amigo que amo,
mi corazón robaste, haciéndote mortal
y vertiendo tu sangre, ¡oh supremo misterio!
Y aún vives desvelado por mí sobre el altar. […]

6. Corazón de Jesús, tesoro de ternura,
tú solo eres mi dicha y mi única esperanza. […]

7. Sé que nuestras justicias y todos nuestros méritos
carecen de valor a tus divinos ojos.
Para hacer meritorios mis pobres sacrificios,
sobre tu Corazón divino los arrojo. […]

8. He escogido para mi purgatorio
tu amor consumidor, ¡Corazón de mi Dios!
Mi desterrada alma, al dejar esta vida,
quisiera hacer un acto del más sincero amor;
y enseguida, volando a tu Patria del cielo,
tomar como morada tu Sagrado Corazón.

Resumen del capítulo 20 de mi libro: Eduardo Sanz de Miguel, Santa Teresa de Lisieux, vida y mensaje. Editorial Monte Carmelo, Burgos 2017. ISBN 978-84-8353-839-5 (páginas 121-125).

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