El domingo participé en un bautismo en la Iglesia Ortodoxa Rumana. Se trataba de la hija de un señor que trabaja para mi convento y acudimos el prior y yo. El pope ortodoxo fue muy acojedor y puso un par de personas a nuestra disposición para que nos fueran traduciendo sus palabras. El problema es que conocían bien el rumano (es su idioma natal) y el italiano (llevan años viviendo aquí), pero no entendían las palabras técnicas y estaban perdidas en los ritos, por lo que no fueron capaces de traducir casi nada, aunque el celebrante se dirigía a ellos cada rato para insistirles en que nos tradujeran.
Les sucede lo que a los católicos antes de la reforma litúrgica: que la abundancia de ritos y gestos explicativos han oscurecido y hecho incomprensible el sacramento en sí. La verdad es que lo pude seguir muy bien gracias a mis estudios de historia de la liturgia, pero comprobé que los fieles que acudieron a la celebración estaban perdidos y se dedicaban a otras cosas mientras el pope y los padrinos realizaban el bautismo. Solo una señora participaba desde el coro, respondiendo a todas las ceremonias y oraciones.
Los contenidos esenciales del rito son los mismos en todas las confesiones cristianas: lectura de la Palabra de Dios, renuncias al mal, confesión de fe, oración por el o los catecúmenos y bautismo con agua en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
El pope y los padrinos con la niña pasaron los primeros quince o veinte minutos junto a la puerta, casi todo el tiempo mirando hacia el muro, mientras que los demás charlaban tranquilamente dentro y fuera del templo. Por lo que pude ver se estaban realizando todos los exorcismos que se hacían en la Iglesia primitiva a los catecúmenos. En cierto momento escupieron sobre la pared (los padrinos no se atrevían a hacerlo cuando se lo pidió el pope y tuvo que hacerlo él primero). Y es que antiguamente los que iban a ser bautizados profesaban su fe mirando hacia oriente (donde nace el sol) y renunciaban a Satanás mirando hacia occidente (donde se pone el sol) y como gesto de rechazo al mal, escupían en esa dirección.
Siguió una larga plegaria de bendición del agua, sobre la que versaron el myron (aceite perfumado y bendecido), desnudaron a la niña y la ungieron todo el cuerpo con óleo, como se hacía en la antigüedad, recordando a futuros cristianos que tenían que ser como los atletas, dispuestos a luchar contra el mal.
Disfruté de la celebración y pido al Señor que ayude a la pequeña Alexia María a crecer en edad, en sabiduría y en gracia ante los ojos de Dios y de los hombres.
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