Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 25 de junio de 2018

La medida que ustedes usen con los demás, la usarán con ustedes


El evangelio de hoy nos invita a mirar con compasión a los hermanos y a no criticarlos. Dice así: «No juzguen, para no ser juzgados. Porque con el criterio con que ustedes juzguen se los juzgará, y la medida con que midan se usará para ustedes» (Mt 7,1).

A propósito, nos puede ayudar a comprenderlo mejor un texto escrito hace 1500 años por san Doroteo de Gaza, que nos invita a no pensar mal del prójimo:

Algunas personas convierten en mal humor todo lo que ingieren, aunque el alimento sea sano. La falta no está en el alimento, sino en su temperamento, que hace alterar los alimentos. De la misma manera, si nuestra alma tiene una mala disposición, todo le hace mal; incluso las cosas útiles las transforma en nocivas para ella. 

Si alguien pone unas pocas hierbas amargas en un bote de miel, ¿no alterarán el bote entero haciendo que la miel se vuelva toda ella amarga? Eso es lo que nosotros hacemos: difundimos algo de nuestra amargura y destruimos el bien del prójimo cuando le miramos según nuestra mala disposición.

Hay otras personas que tienen un temperamento que todo lo transforman en buenos humores, incluso los malos alimentos. Los cerdos, por ejemplo, tienen una fuerte constitución: comen ajos, el hueso de los dátiles y les desperdicios de las comidas. Y, sin embargo, transforman estos alimentos en carnes suculentas. 

Nosotros igualmente, si tenemos buenas costumbres y nuestra alma está en buen estado, podemos sacar provecho de todo, incluso de aquello que no es aprovechable. El libro de los Proverbios lo dice muy bien: «Aquel que mira con dulzura, obtendrá misericordia» (12,13). Pero en otra parte dice: «Al hombre insensato, todas las cosas le contradicen» (14,7).

He oído decir de un hermano que, si yendo a ver a otro encuentra su habitación dejada y en desorden, se dice para sí mismo: «¡Cuán dichoso es este hermano de estar completamente desasido de las cosas terrestres y de llevar su espíritu siempre en lo alto, que no tiene ni tan sólo el placer de arreglar su celda!» Si a continuación va a la habitación de otro hermano y la encuentra arreglada, limpia y en orden, se dice: «¡La celda de este hermano está tan limpia como su alma. El estado de su celda corresponde al estado de su alma!» Jamás dice de ninguno: «Este es desordenado» o bien: «Este es frívolo». Gracias a su excelente estado, saca siempre provecho de todo. 

Que Dios, en su gran bondad, nos dé a nosotros también un buen estado interior para que podamos aprovecharnos de todo y jamás pensemos mal del prójimo. Si nuestra malicia nos inspira malos juicios o sospechas, transformémoslas rápidamente en buenos pensamientos. Puesto que no ver el mal del prójimo, con la ayuda de Dios, engendra bondad.

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