Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 2 de febrero de 2017

Presentación del Señor: historia, liturgia y oraciones


Hoy se celebra la fiesta de la presentación de Jesús en el templo. Ya hemos explicado en otras ocasiones que surgió en Jerusalén en el siglo IV. 

Los peregrinos que acudían a la Tierra Santa celebraban a lo largo de un año los distintos acontecimientos relacionados con la vida del Señor en los mismos lugares donde sucedieron. Al regresar a sus tierras, conservaron esta costumbre, por lo que se fueron desarrollando una serie de celebraciones que, a lo largo de un año, repasaban los distintos acontecimientos relacionados con la vida del Señor.

El misal une de manera explícita esta fiesta y la Navidad, subrayando la idea oriental del encuentro de Cristo con su pueblo: «Hace hoy cuarenta días hemos celebrado, llenos de gozo, la fiesta del nacimiento del Señor. Hoy es el día en que Jesús fue presentado en el templo para cumplir la ley; pero, sobre todo, para encontrarse con el pueblo creyente».

El anciano Simeón proclama al Niño «luz para alumbrar a las naciones», poniéndonos en relación dos grandes temas que celebra la liturgia en Navidad y Epifanía: la identificación de Cristo con la luz y la universalidad de su salvación. 

También dice que será un signo de contradicción y anuncia la espada de dolor que traspasará el alma de su madre. De esta manera, esta fiesta, que en cierto sentido cierra el ciclo natalicio, es también profecía de la pasión del Primogénito y de su misterio pascual.

En este día se suele bendecir a las mujeres que durante el año anterior han sido madres, junto con sus hijos.

Jesús, que pertenecía a Dios totalmente desde antes de su concepción, fue consagrado al Señor como propiedad suya.

Los religiosos han ofrecido también sus vidas a Dios por medio de los votos de castidad, pobreza y obediencia. Por este motivo, desde hace algunos decenios se celebra en este día una jornada especial de oración y de renovación pública de los votos religiosos. Juan Pablo II la extendió a toda la Iglesia en 1997.

Oremos juntos a Jesús, nuestro Señor y nuestro hermano, que puede ayudar a todos los que se acercan a él, y digámosle:  Acógenos, Señor, en tu luz y en tu amor.

Para que nuestro Señor acoja a los niños, aun cuando nadie se los presente, oremos. Acógenos, Señor, en tu luz y en tu amor.

Para que el Señor acoja a los padres, aun cuando no hayan logrado llevar a sus hijos hacia él, oremos. Acógenos, Señor, en tu luz y en tu amor.

Para que el Señor acepte a los ancianos (como Simeón y Ana), aun cuando no hayan reconocido todavía al Salvador y no hayan encontrado la auténtica paz, oremos. Acógenos, Señor, en tu luz y en tu amor.

Para que el Señor acoja a todos los hombres, aun cuando no sean conscientes de las riquezas que Cristo les ofrece y de la felicidad que ha preparado para ellos, oremos. Acógenos, Señor, en tu luz y en tu amor.

Para que el Señor acepte a todos los cristianos, aun cuando hayan fallado en hacer brillar su luz a todas las naciones, oremos. Acógenos, Señor, en tu luz y en tu amor.

Para que el Señor acoja los buenos deseos de todos los que consagran su vida al servicio de Dios y de los hermanos y perdone sus debilidades, oremos. Acógenos, Señor, en tu luz y tu amor.

Señor, acoge nuestra oración y muestra tu amor a todos los que nos presentamos ante ti, nuestro Dios y Señor, que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

Líbranos, Señor, de la tiniebla del pecado y que la luz de tu amor brille sobre nosotros. Purifica a tu Iglesia para que dé testimonio de la luz del evangelio en un mundo roto por el materialismo y la mentira, por la miseria y la injusticia, por los conflictos y por las guerras. Que tu luz nos empuje adelante en alegría y esperanza, mientras colaboramos contigo en la construcción de un mundo mejor. Amén.

Oh Dios y Padre nuestro, es difícil para nosotros decir adiós a todo lo que nos es seguro y familiar: nuestros hábitos rutinarios, nuestra auto-complacencia, nuestras certezas y nuestras prácticas habituales. Nos ofrecemos ahora con Jesús, nuestro Señor, presentado en el templo de Jerusalén, y te pedimos fortaleza para seguir su luz. Ayúdanos a aceptar, con él, las inseguridades de la auténtica conversión, y a llevar a todos los que nos rodean la luz y el calor de tu Hijo. Que este sea el sacrificio agradable que te ofrecemos hoy juntamente con Jesucristo nuestro Señor. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario