Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 14 de mayo de 2022

Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva


Seguimos celebrando la Pascua, la gran fiesta de los cristianos: Cristo está vivo y se hace presente en medio de nosotros para anunciarnos el evangelio y alimentarnos con su cuerpo. Nos preparamos para celebrar el quinto domingo de Pascua (ciclo "c").

A nuestro alrededor se multiplican las noticias tristes: refugiados que huyen de la guerra, personas que sufren en el cuerpo y en el espíritu. 

La Pascua nos anuncia que en nuestra vida y en nuestra historia la última palabra no la tendrán el sufrimiento, el dolor y la muerte. Por eso, san Juan en la segunda lectura nos anuncia «unos cielos nuevos y una tierra nueva, en los que ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque Dios mismo enjugará las lágrimas de nuestros ojos».

Los profetas prometieron en numerosas ocasiones un mundo renovado, en el que el cordero pastará con el león y todas las criaturas vivirán reconciliadas. Son distintas imágenes para anunciar lo mismo.

En Semana Santa recordamos los sufrimientos de Cristo, su pasión y muerte de cruz. Pero en Pascua ponemos nuestra mirada en el resucitado: Cristo ha vencido la muerte y nos ha abierto el camino de la vida eterna, de la vida en plenitud, de los cielos nuevos y la tierra nueva. Todos nosotros esperamos participar un día de su resurrección.

Además, en el evangelio de hoy, Jesús nos dice: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros». San Agustín lo comenta diciendo que las criaturas nuevas, renovadas por el amor de Cristo, deben actuar con la vida nueva que les corresponde: amando con el amor con que son amadas.

Cuando hacemos experiencia del amor de Dios y cuando amamos a los hermanos, ya se están haciendo presentes en el mundo los cielos nuevos y la tierra nueva.

Cuando colaboramos con Cristo en la construcción de una sociedad más justa y fraterna, estamos adelantando los tiempos finales, pregustando el triunfo del amor sobre el odio y de la vida sobre la muerte.

Porque sabemos que Dios nos ama y somos capaces de amar (aunque nos cueste), con el salmo responsorial queremos afirmar: «El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas».

Somos conscientes de que, mientras dure esta vida, nunca faltarán las dificultades. De hecho, la primera lectura de hoy dice: «Hay que pasar mucho para entrar en el Reino de Dios». Pero, a pesar de todo, creemos en las palabras de Jesús, que nos anuncian que él nunca nos deja solos, que está a nuestro lado, que camina con nosotros «todos los días hasta el fin del mundo».

Con tan buena compañía y con la mirada puesta en la meta de nuestro caminar sigamos avanzando, sin cansarnos de colaborar con Cristo en la construcción de un mundo más justo, preparando el momento en que la nueva Jerusalén descienda del cielo y todos podamos vivir en paz y armonía. Amén.

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