Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 16 de enero de 2022

Jesús bailando


El evangelio de este domingo recoge la escena de la transformación del agua en vino en las bodas de Caná. Ese fue «el primer signo» de Jesús (Jn 2,11). 

Este milagro es, ante todo, un «signo», que nos ayuda a comprender la identidad y la misión de Jesucristo; su «misterio». Y es el primero, que ofrece una clave de lectura a todo lo que viene después. Por eso tenemos que interpretarlo bien, para comprender su significado. 

San Juan dice tres cosas muy interesantes como conclusión del relato:
1- Es el primer «signo» de Jesús, 
2- que manifestó su gloria 
3- e hizo que surgiera la fe de los discípulos.

Por lo tanto, no se trata de un acontecimiento cualquiera sino un resumen de todo el mensaje de Jesús y de su evangelio. El mensaje de Jesús tiene que ver con el matrimonio (el amor) y con el vino (la fiesta).

El texto litúrgico comienza así: «En aquel tiempo, había una boda en Caná», pero en el evangelio empieza de otra manera: «Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná».

«Al tercer día», como muchas otras cosas importantes en la Biblia, especialmente la resurrección del Señor. Aunque estamos hablando de un acontecimiento situado al inicio de la vida pública de Jesús, el evangelista quiere que lo pongamos en relación con Cristo resucitado, que se hace hoy presente y quiere celebrar una fiesta con nosotros.

El acontecimiento tiene un gran simbolismo. Aquí solo me fijo en el detalle de Jesús que acude al banquete de bodas. Algunos fariseos (a los que debía dolerles mucho el estómago, porque siempre se estaban quejando y parece que nunca sonreían) le acusaron de que era comilón y borracho y de que le gustaba mucho banquetear con los pecadores.

Jesús les parecía un mesías poco solemne, demasiado alejado de la majestuosidad que ellos creían que debía rodear al salvador, más amigo de los encuentros entre amigos que de los cultos solemnes en el templo.

Sin embargo a mí me gusta este Jesús sencillo y humilde, que comparte con los hombres las alegrías y las tristezas y que no rechaza un vaso de vino en una fiesta.

Por eso acompaño la entrada con un precioso cuadro de Jesús bailando y riendo en una fiesta, ya que la seriedad no está reñida con el buen humor.

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