Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 21 de octubre de 2015

El Señor piadoso y Dios nuestro quiere amistades (santa Teresa)


Entre 1515 y 1582, vivió una mujer impresionante. Un ser humano lleno de contrastes, como casi todos, pero con una fuerza de vivir extraordinaria, con una pasión íntima desbordante, que rozó el fracaso, y con una humanidad tan grande que la huella que dejó permanece impresa después de cinco siglos.

Teresa de Jesús sigue presente –como dijera fray Luis de León– «en dos imágenes vivas que nos dejó de sí, que son sus hijas y sus libros». Y «sus hijas» excede la materialidad de sus conventos, como ella misma decía, cuando hablaba de vivir la fe con autenticidad y se refería a «toda persona que quiera ser perfecta», es decir, a todo el que quiere vivir de cara a la verdad, con Jesús. Ahí sigue viva Teresa.

Perduran edificios o restos de ellos, enseres, hasta su cuerpo fragmentado pero, más que nada, queda de Teresa la experiencia que la llevó a hacer un ingente esfuerzo: poner palabra a su vida. El rasgo de su pluma hizo cumbre, literariamente hablando, pero aquella mujer que tenía «gran envidia a los que tienen libertad para dar voces», escaló a lo más alto porque en lo profundo se le había abierto un camino infinito.

Cuando Teresa se encuentra con Cristo, su vida da un vuelco, un giro total que hace surgir la mejor Teresa, la verdadera. Todo cambia, lo cuenta ella sin rodeos: «Es otro libro nuevo de aquí adelante, digo otra vida nueva. La de hasta aquí era mía; la que he vivido desde que comencé a declarar estas cosas de oración, es que vivía Dios en mí».

La voz de Teresa sigue hablando «a personas que aún no conocen del todo la bondad del Señor por experiencia», porque ella ha sentido vivamente «la amistad y regalo con que trata a los que van por este camino». Camino de oración, de amistad, donde se aprende a «ser siervos del amor» y a decir: «Vuestra soy, para Vos nací, ¿qué mandáis hacer de mí?».

Los primeros encuentros que Teresa tuvo con Jesús le hicieron descubrir su presencia como una compañía amorosa permanente y eso le dio el empujón definitivo hacia delante. Puso la pluma y el bastón en sus manos, una energía nueva y un cauce seguro para sus grandes deseos.

Por eso, dirá: «Si tenéis alguna duda, que lo probéis; ¿qué se pierde? Que aun esto hay excelente en este viaje, que muy muchas cosas se dan más de las que se piden ni de las que acertaremos nosotros a pedir». Probadlo –dice Teresa–, «¿Quién os quita volver los ojos del alma, aunque sea de presto, si no podéis más, a este Señor?». Nada impide mirar hacia dentro y nada se pierde por iniciar este viaje.

Discípula primero y hasta el fin de su vida, maestra después, a Teresa no solo le gustaba escribir sino que –como decía– había conocido un nuevo lenguaje: «Hablar en Dios». Y llega a decir a sus hermanas: «Este es vuestro trato y lenguaje; quien os quisiere tratar apréndale; y si no, guardaos de aprender vosotras el suyo, será infierno».

Suenan fuertes las palabras de Teresa, pero ella ha entendido que la vida puede diluirse, caer en la mentira y gastarse inútilmente, ¡lo había sufrido en sí misma! Y, después de encontrarse con Jesús, ya no quiere perder más tiempo, ni que lo pierdan quienes andan con ella: «No es ya tiempo, hermanas, de juego de niños».

El lenguaje del que habla Teresa es el de la verdad. La que había descubierto en Jesús, una verdad que da la libertad, como Él había dicho: «Si permanecéis en mi palabra, seréis mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».

«Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad». Eso entendió Teresa; en esa Verdad descubrió el nuevo lenguaje y con él escribió su nueva vida. Y dirá: si alguien quiere «aprender vuestra lengua, podéis decir las riquezas que se ganan en aprenderla… y despertar a alguna alma para este bien». Nada ha de quedar oculto ni reservado.

Así es como una mujer del siglo XVI sigue hablando, haciendo pensar y dando respuestas esenciales. Una voz que habla desde lo profundo y conecta con lo interior de quien se abre; un lenguaje que enfrenta trampas y apariencias, pero ofrece espacio a quien busca luz; una presencia amable que conduce «a beber de la fuente de agua viva».

Teresa supo de «fríos y malos caminos, y de lindas vistas», de «hartas penas, oscuridad en el ama y de grandísima alegría», de andar «atada por tantas partes, sin dineros ni de dónde los tener y de bienhechores»; la soledad era su mayor consuelo, pero tuvo que «negociar y tratar con todos»; supo de «dolores tan incomportables, que ningún sosiego podía tener», de «quietud, con suavidad» y de una «compañía que da fuerzas».

Porque había experimentado mucho, se atrevía a hablar y no cejaba en su empeño de mostrar otra vida posible en esta vida, como ella decía: «Vivir de manera que no se tema la muerte ni todos los sucesos de la vida, y estar con esta ordinaria alegría».

La gran palabra de Teresa es una invitación a la amistad con Jesús: «Solo os ruego lo probéis» y descubriréis palabras nuevas y nuevos caminos, fuerzas redobladas y «una luz tan diferente», que nada será lo mismo. «Ahora es tiempo de tomar lo que nos da este Señor piadoso y Dios nuestro. Pues quiere amistades».

Tomado del blog "Juntos andemos" de la hermana Gema Juan del Carmelo de Puzol. Ya he recogido artículos suyos en otras ocasiones. Ahora dice que este es el último que publicará en ese blog. Sin duda, la echaremos de menos.

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