Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 27 de agosto de 2021

San Agustín de Hipona. Presentación de su figura


El 28 de agosto se celebra la fiesta de san Agustín, hijo de santa Mónica, el más genial de los Padres de la Iglesia y uno de los escritores más fecundos de toda la historia de la humanidad: inteligente, imaginativo, apasionado y elocuente.

Triunfó como profesor de retórica en Madaura y Cartago, en el norte de África, y también en Roma y Milán, donde dice de sí mismo que abrió "escuela de verbosidad y de vana elocuencia".

Las oraciones y lágrimas de su madre, santa Mónica, la predicación de san Ambrosio de Milán, el estudio de san Pablo y el ejemplo de los cristianos fervorosos le llevó a abrirse a Cristo. Se hizo bautizar con 33 años de edad.

En sus escritos nos ofrece un precioso testimonio de la dramática lucha que se da en su persona entre lo humano y lo divino, entre la libertad y la gracia, entre los deseos de la carne y el anhelo del espíritu.

Después de su conversión vende todo lo que tiene, reparte sus bienes entre los pobres y se retira a vivir como monje con otros amigos en su ciudad natal: Tagaste.

Sus paisanos le obligan a ordenarse de presbítero y después le hacen obispo de Hipona. Oficio al que se entregó con toda el alma durante los últimos 35 años de su vida, predicando, escribiendo, convocando y presidiendo concilios, respondiendo a cartas que le llegaban de todo el mundo conocido planteándole todo tipo de problemas...

Comentó todos los libros de la Biblia, escribió sobre Dios y su Providencia, sobre la libertad y la gracia, sobre la fe y la justificación, sobre las leyes y el estado... con un lenguaje apasionado y conmovedor.

Benedicto XVI escribió de él:


Este gran santo y doctor de la Iglesia a menudo es conocido incluso por quienes ignoran el cristianismo o no tienen familiaridad con él, porque dejó una huella profundísima en la vida cultural de Occidente y de todo el mundo.

Por su singular relevancia, san Agustín ejerció una influencia enorme y podría afirmarse, por una parte, que todos los caminos de la literatura latina cristiana llevan a Hipona (hoy Anaba, en la costa de Argelia), lugar donde era obispo; y, por otra, que de esta ciudad del África romana, de la que san Agustín fue obispo desde el año 395 hasta su muerte, en el año 430, parten muchas otras sendas del cristianismo sucesivo y de la misma cultura occidental.

Pocas veces una civilización ha encontrado un espíritu tan grande, capaz de acoger sus valores y de exaltar su riqueza intrínseca, inventando ideas y formas de las que se alimentarían las generaciones posteriores, como subrayó también Pablo VI:  «Se puede afirmar que todo el pensamiento de la antigüedad confluye en su obra y que de ella derivan corrientes de pensamiento que empapan  toda  la  tradición doctrinal de los  siglos  posteriores».

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