Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 23 de agosto de 2015

Los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos


Quería titular esta entrada "Que las mujeres se sometan a sus maridos y que los esposos se sometan a sus mujeres" comentando un texto de la liturgia de hoy, pero es un título demasiado largo, por lo que me he decidido por "Los hombres y las mujeres tienen los mismos derechos". Expliquemos el sentido de este argumento en una homilía dominical.

Un texto sin contexto es un pretexto. Durante siglos se ha citado una frase tomada de la segunda lectura de hoy para defender la sumisión de las mujeres, que es lo contrario de lo que defiende san Pablo. Es verdad que afirma: "Las mujeres, que se sometan a sus maridos". Pero el texto no empieza ahí ni termina ahí. ¿Qué dice exactamente?

En una sociedad machista, en la que la mujer no contaba nada, san Pablo acepta que el marido es el cabeza de familia y que la mujer debe someterse a él. Pero añade que el hombre debe someterse igualmente a la mujer, no solo la mujer al hombre. De hecho, el texto empieza así: "Sed sumisos unos a otros con respeto cristiano". 

En la familia cristiana todos deben ser sumisos a los otros, todos deben acogerse, servirse y perdonarse por amor. No solo la mujer ni solo el marido, no solo los padres ni solo los hijos.

De hecho, san Pablo, después de invitar a las mujeres al servicio pide lo mismo a los hombres, porque todos tenemos que imitar a Cristo, "que no vino a ser servido, sino a servir".

Repito, el texto está escrito en un contexto muy concreto, en una sociedad machista, donde la mujer era tratada como un objeto y Pablo exige a los maridos que amen y cuiden a sus mujeres, llegando a afirmar que "amar a su mujer es amarse a sí mismo. Pues nadie jamás ha odiado su propia carne, sino que le da alimento y calor".

Los Padres de la Iglesia establecieron ya en los primeros siglos del cristianismo que un texto bíblico no debe ser interpretado aisladamente, sino a la luz de toda la Biblia, ya que unos textos iluminan a otros. 

Más tarde, san Buenaventura escribió al respecto: «La Biblia puede compararse con una cítara. Una cuerda suya, por sí sola, no crea ninguna armonía, sino junto con las otras. Así ocurre con la Escritura: un texto depende de otro; más aún cada pasaje se relaciona con otros mil».

Jesús trató por igual a los hombres y a las mujeres y el mismo san Pablo afirma claramente que entre nosotros no puede haber diferencia entre los hombres y las mujeres, ni entre los libres y los esclavos, ni entre los judíos y los gentiles, ya que todos somos iguales en Cristo (Gál 3,28).

El texto de la segunda lectura de hoy tiene que ser interpretado a la luz de esta realidad, como una reivindicación de la igualdad de todos, no como la justificación de una situación de sumisión de la mujer, que es todo lo contrario a lo que el cristianismo afirma.

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