Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 14 de marzo de 2024

La Última Cena de Jesús


La ilustración es la parte central de “The Living Tableau”, obra fotográfica del cineasta Armondo Linus Acosta.

Antes de padecer, Jesús confesó a sus discípulos: «¡Ardientemente he deseado cenar esta Pascua con vosotros!» (Lc 22,15). Finalmente ha llegado el momento definitivo, la «hora» de la verdad, el banquete anunciado por los profetas y prefigurado en las comidas de Jesús con los pecadores.

El maestro sorprende nuevamente con sus palabras y con sus acciones, que solo pueden ser comprendidas a la luz de los gestos proféticos de los que ya hemos hablado en varias ocasiones. Jesús lava los pies a los apóstoles y les reparte el pan y el vino con unas palabras misteriosas. La postura interior, simbolizada en el lavatorio, toma cuerpo en el don de sí mismo, que anticipa e introduce la pasión.

Jesús asocia sus discípulos a su Pascua

Lo primero que llama la atención es la insistencia de Jesús en unir sus discípulos a su Pascua y a su destino.

Por un lado están los discípulos, que quieren prepararle la Pascua y preguntan: «¿Dónde quieres que te preparemos la Pascua?» (Mt 26,17; Mc 14,12). Parece como si pretendieran distanciarse de él, quizás por el miedo ante lo que estaba por llegar.

Por otro lado está Jesús, que quiere celebrarla con ellos y les dice: «Encontraréis un hombre. Preguntadle dónde está la sala para que yo celebre la Pascua con mis discípulos» (Mt 26,18; Mc 14,14; Lc 22,8.30). De esta manera, les hace partícipes de su futuro sufrimiento y posterior destino glorioso:

«Vosotros habéis perseverado conmigo en mis pruebas. Yo os entrego la dignidad real que mi Padre me entregó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa cuando yo reine, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel» (Lc 22,29-30).

¿Quiénes participaron?

Los evangelios dicen: «los discípulos», usando un término ambiguo que puede abarcar a muchos seguidores de Jesús. Sin embargo, algunos textos especifican que allí se encontraban «los doce» (Mc 14,17; Mt 26,20). En principio, esto no excluye que hubiera más gente, ya que en otras ocasiones también afirman que Jesús dijo algo a «los doce», pero había otras personas con ellos. De hecho, un ángel dice a las mujeres que Jesús resucitó «tal como os lo había anunciado», pero en los anuncios de la pasión, muerte y resurrección solo se nombra a los doce, nunca a ellas. Sin embargo, el ángel les dice claramente: «Recordad cómo os lo anunció estando todavía en Galilea» (Lc 24,6).

Una señal clara de que no se tenía en cuenta a las mujeres en los textos es la afirmación de que, en la multiplicación de los panes «eran cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños» (Mt 14,21). Pablo cita muchas apariciones de Jesús resucitado (cf. 1Cor 15,4-5), pero en ninguna nombra a las mujeres, lo que no significa que no se les apareciera. Por otro lado, los evangelios insisten en que la última Cena se celebró en «una habitación amplia» (Mc 14,15; Lc 22,12), con capacidad para Jesús y sus acompañantes.

Los discípulos de Emaús reconocieron a Jesús «al partir el pan». Ellos no formaban parte de los doce, pero habían subido a Jerusalén con Jesús y habían permanecido allí hasta el domingo por la mañana. ¿Cómo habrían reconocido su gesto el domingo por la tarde si no hubieran participado en la última Cena?

Poco después, Pedro propuso a sus compañeros que añadieran otro al grupo de los doce para que ocupara el lugar de Judas: Alguno de los que «nos han acompañado durante el tiempo que el Señor Jesús estuvo entre nosotros, empezando desde el bautismo de Juan hasta el día que se lo llevaron». Hasta ese momento Matías no formaba parte de los doce, pero el contexto parece indicar que él y otros estaban con ellos también en la cena, «hasta que se llevaron» preso a Jesús.

En la cena pascual judía participaba toda la familia, incluidos los esclavos y los vecinos. Normalmente Jesús compartió la mesa con toda clase de gente, incluidos los pecadores públicos. Sería muy extraño que en esta ocasión pidiera a las mujeres que subieron con él a Jerusalén que se quedaran fuera.

La Iglesia primitiva sabía que en la última Cena había más personas, por lo que en su liturgia, en el momento de la consagración nunca dice que Jesús «dio el pan a los doce» ni aún «a los apóstoles», sino «lo partió y lo dio a sus discípulos… tomó el cáliz y se lo dio a sus discípulos». Incluso en la anáfora de san Basilio (+379) especifica que «lo dio a los santos discípulos y apóstoles», indicando que no estaban allí solo los segundos.

No hay certezas sobre este argumento, pero todo parece indicar que en la última Cena participó el grupo de discípulos y discípulas de Jesús que había subido con él a Jerusalén y quizás también algunos simpatizantes de los que residían en la ciudad. Sea como fuere, los que participaron representan a toda la Iglesia, a todos los seguidores de Jesús de entonces y de las generaciones futuras.

Hasta hace poco, en la liturgia romana solo se permitía que se lavaran los pies a doce varones durante la misa de la Cena del Señor del Jueves Santo. En el decreto que cambia esta costumbre, se invita a que en ese gesto se haga presente la universalidad de la Iglesia, por lo que se afirma:

«Al cumplir ese rito, los obispos y sacerdotes están invitados a conformarse profundamente a Cristo […]. Para manifestar este significado pleno del rito a cuantos participan en él, […] de modo que los pastores puedan elegir a un grupo de fieles que represente la variedad y la unidad de cada porción del pueblo de Dios. Ese grupo puede estar formado por hombres y mujeres y, convenientemente, por jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, clérigos, consagrados, laicos».


Texto tomado de mi libro "La Semana Santa según la Biblia", editorial Monte Carmelo, Burgos 2017, ISBN: 978-84-8353-819-7, páginas 117-121.

1 comentario:

  1. En la Santa Cena del Señor, todos, hombres y mujeres, estamos presentes, pues el amor de Jesús se extiende a toda la humanidad. Ubi Caritas et amor, Deu ibi est.
    Gracias, P. Eduardo, por su glosa. Un abrazo.

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