Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 17 de septiembre de 2014

Octavo centenario de la muerte de san Alberto de Jerusalén


Hoy es la fiesta de san Alberto, patriarca de Jerusalén, que escribió la Regla que hasta el presente seguimos los carmelitas. Además, el domingo pasado se cumplieron ochocientos años de su muerte. Les propongo la lectura del breviario para el Oficio de Lectura del día:

De la Regla dada por san Alberto de Jerusalén, obispo, a los hermanos del monte Carmelo.

Puesto que la vida del hombre en este mundo es tiempo de prueba, y todo el que se propone vivir como buen cristiano sufre persecución; y vuestro enemigo, el diablo, como león rugiente, ronda buscando a quien devorar, procurad con toda solicitud poneros las armas que Dios os da para poder resistir a las estratagemas del diablo.

Abrochaos el ceñidor de la castidad. Protegeos con el peto de piadosas consideraciones, pues escrito está: El pensamiento santo te guardará. Por coraza vestíos la justicia, a fin de amar al Señor, vuestro Dios, con todo el corazón, con toda el alma, con todas las fuerzas, y al prójimo como a vosotros mismos.

Tened siempre embrazado el escudo de la fe, que os permitirá apagar las flechas incendiarias del Malo, pues sin fe es imposible agradar a Dios. Tomad por casco la salvación, confiando en el único Salvador que libera a su pueblo de los pecados.

Que la espada del Espíritu, toda palabra de Dios, os pueble colmadamente los labios y el corazón. Y cuanto hagáis, realizadlo por la palabra del Señor.

Empleaos en algún trabajo, para que el diablo os halle siempre ocupados, no sea que por culpa de la ociosidad descubra el Maligno brecha por donde penetrar en vuestras almas. Tenéis a propósito la enseñanza, así como el ejemplo del apóstol san Pablo, por el que hablaba Cristo y al que Dios nombró pregonero y maestro para predicar a los paganos la fe y la verdad. Si lo seguís, imposible equivocaros. Escribe él: No vivimos entre vosotros sin trabajar, sino que trabajamos y nos cansamos día y noche, a fin de no ser carga para nadie. No es que no tuviésemos derecho para hacerlo, pero quisimos daros un ejemplo que imitar. Cuando vivimos con vosotros, os lo mandamos: «El que no trabaja, que no coma». Porque nos hemos enterado de que algunos viven sin trabajar, muy ocupados en no hacer nada. Pues a ésos les mandamos y recomendamos, por el Señor Jesucristo, que trabajen con tranquilidad para ganarse el pan. Este es un buen camino de santidad: ¡a recorrerlo!

Valora el Apóstol el silencio por el hecho de imponerlo en el trabajo. Y como afirma el Profeta: Obra de la justicia es el silencio. Y en otro lugar: Vuestra fuerza estriba en callar y confiar. Por tanto, ordenamos que guardéis silencio desde la terminación de completas hasta después del rezo de prima del día siguiente. Fuera de este tiempo, aunque la práctica del silencio no sea tan estricta, evitad cuidadosamente la charlatanería, pues como enseña la Escritura y lo abona la experiencia: En el mucho hablar no faltará pecado. Y: Quien suelta los labios, marcha a la ruina. Y también: El locuaz se hace odioso. El Señor, a su vez, advierte en el Evangelio: De toda palabra ociosa que hablen los hombres darán cuenta en el día del juicio. Por consiguiente, que cada uno haga balanza y pesas para sus palabras, y puerta y cerrojo para su boca –no sea que resbale a causa de la lengua y caiga, y su caída resulte mortal sin remedio–, vigilando su proceder, conforme al aviso del Profeta, a fin de que no se le vaya la lengua. Que cada cual se afane con todos sus cinco sentidos por guardar el silencio, obra de la justicia.

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