Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 23 de septiembre de 2014

Farmacia de guardia. Poema de Carmen Martín Gaite


Les presento un poema de Carmen Martín Gaite (1925-2000), premio nacional de las letras españolas, premio Nadal y premio Príncipe de Asturias de las letras, entre otros reconocimientos.

La autora escribió cosas tan bonitas como estas, con las que estoy totalmente de acuerdo: "Pertenezco a una época en la que se leía en alta voz mucho más que ahora, y se tenía a gala el hacerlo con claridad y sin atropello, cuidando el tono y las pausas. Un arte enseñado en las escuelas, como algo natural para la comprensión y el deleite de la letra escrita. Y en mi juventud, cuando la cultura audiovisual aún no se había adueñado de los hogares, las calles y los locales públicos, aplastando con su fragor todo intento de diálogo pausado, la afición por leernos entre nosotros, en casa, en clase o en el café, textos recién saboreados a solas, constituían un placer que afianzaba la amistad. A mí siempre me ha gustado mucho recitar, desdoblarme, representar lo leído, salir y entrar por la palabra impresa. En tertulias de amigos, en salas madrileñas; en el Alcázar de Toledo o el Palau de la Música de Barcelona, he prestado mi voz a poemas propios y ajenos, procurando transmitir la emoción que a mí me provocaban; era como echarlos a andar".

Acerquémonos ahora a su poema titulado "farmacia de guardia".

No es Valium ni Orfidal,
no me ha entendido.
Se trata de la fe. Sí: de la fe.

Comprendo que es muy tarde
y no son horas
de andar telefoneando a una farmacia
con tales quintaesencias.

Lo que yo necesito
para entrar confiada en el vientre del sueño
es algún específico protector de la fe.

¿Que le ponga un ejemplo más concreto?
Pues no sé… Necesito
creerme que este saco
cerrado por la boca
y en cuya superficie
se aprecia la joroba
de envoltorios estáticos
puede volver a abrirse alguna vez
a provocar deseos y sorpresas
bajo la luz del sol y de la luna,
bajo el fervor clemente
de los dioses del mar.

¡Oh, volver a sentir lo que era eso!
Y ni siquiera necesito tanto
-ya es menos lo que pido-;
simplemente creerme
que un día lo sentí
intempestivamente
cuando más descuidada andaba de esperarlo,
y supe con certeza
que sí, que se podía,
que un corazón doméstico
cuando al fin se desboca
es porque está latiendo sin saberlo
desde otro muy cercano.

Ya. Que no tienen nada.
Pues perdone.
Comprendo que es muy tarde
para hacerle perder a usted el tiempo
con tales quintaesencias.
Ya me lo figuraba.
Buenas noches.

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