Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 8 de julio de 2023

Vengan a mí los cansados y yo los aliviaré. Domingo 14 del Tiempo Ordinario, ciclo "a"


Ya hemos comentado en otras ocasiones que la liturgia de la Iglesia está organizada de tal manera que cada domingo leemos algunos párrafos de distintos libros de la Biblia, de forma que a lo largo de tres años demos un repaso a la Biblia entera.

El domingo 14 del Tiempo Ordinario (ciclo "a") tomamos la primera lectura del profeta Zacarías (9,9-10), que nos habla de la humildad del mesías, quien acabará con las guerras y los ejércitos, pero no con armas, sino con su sencillez. No se manifestará sobre caballos o carros de combate, sino sobre un asnillo, que era la cabalgadura de los pobres.

El salmo responsorial nos recuerda que «el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas, sostiene a los que van a caer, endereza a los que ya se doblan».

Jesús, en el evangelio de este domingo (Mt 11,25-30), nos dice que el Padre esconde las cosas del reino a los soberbios y se las revela solo a las personas sencillas.

A continuación, Jesús añade: «Vengan a mí todos los que están cansados, que yo los aliviaré». Todos necesitamos descansar en los brazos de Jesús, con la cabeza apoyada en su pecho, como hace el evangelista san Juan en la imagen de arriba.

Como dice el libro del Eclesiastés, en la vida de cada persona «hay un tiempo para cosa: un tiempo para la guerra y otro para la paz, un tiempo para el trabajo y un tiempo para el descanso».

Seamos sencillos de corazón para poder descansar con Cristo. Él mismo dice que estas cosas no las entienden los que son muy complicados.

Señor Jesús, sé tú mi fortaleza y mi descanso; dame tu gracia y tu paz, ayúdame a llevar tu yugo (mi cruz) sin poner malas caras ni quejarme. No me dejes de tu mano, porque sin ti no puedo nada.

Tenemos que aprender de santa Teresita de Lisieux a aceptar nuestra pobreza con paz en el corazón y a amar nuestra debilidad, como Jesús la ama, aceptando que sin él no podemos nada y orando, como ella: «Se siente una paz tan grande al saberse absolutamente pobre y al no contar más que con Dios...»

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