Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 17 de junio de 2014

El santuario de la Virgen del Carmen en Haifa


Cada vez que termino una peregrinación en Tierra Santa me viene la tentación de decir "Esta es la última". Después vienen las palabras de agradecimiento de los peregrinos y sus correos en los que me aseguran que ha sido una experiencia de gracia para ellos, que les ha ayudado a comprender mejor el evangelio, que ha sido "el viaje de su vida" y cosas similares, y me olvido de los dolores causados por el reuma, de los antiinflamatorios, del cansancio y de los inconvenientes. Entonces comienzo a pensar en la peregrinación del año siguiente.

Este año comenzamos por el Monte Carmelo y nos alojamos en el monasterio Stella Maris de la Virgen del Carmen (del que he hablado aquí). El trato de los frailes y de las hermanas que atienden la casa fue excepcional y las vistas desde la terraza, increíbles.

Aquí estoy sentado en el jardín exterior, gozando de la buena compañía.

Santa Teresita acoge a los peregrinos a la puerta de la hospedería.

Desde el convento se tienen unas preciosas vistas sobre Haifa y el mar Mediterráneo.

Los jardines  exteriores están preciosos, llenos de flores.

Lo mismo se puede decir del patio interior.

Rezamos el Vía Crucis paseando por el huerto, deteniéndonos en las estaciones de cerámica de Manises (España).

El sábado cantamos la Salve en compañía de los frailes y de las religiosas, con las velas encendidas en las manos.

Oramos en la gruta del profeta Elías, que se encuentra bajo el camarín de la Virgen.

Visitamos el cercano monasterio de las carmelitas descalzas.

Celebramos la misa de Pentecostés en el monasterio con las monjas, que cantaron hermosas melodías.

También saludamos a las hermanas en el locutorio. Y nos quedamos con ganas de volver a visitarlas.

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