Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

lunes, 11 de octubre de 2021

Juan XXIII y el Carmelo


El 11 de octubre se celebra la fiesta de san Juan XXIII, que tuvo una larga y profunda relación de afecto con el Carmelo y con varios carmelitas. De hecho, siempre llevaba colgado al cuello el escapulario de la Virgen. Cuando era nuncio en París, dijo a los carmelitas descalzos en una visita: “Yo pertenezco a vuestra familia por medio del escapulario y aprecio mucho esta gracia, sabiendo que me concede una protección especial de la Virgen María” (19 de marzo de 1948).

Recordaba con agrado su visita al Monte Carmelo, cuando era un joven sacerdote y acompañó a su obispo en una peregrinación de la que redactó la crónica: “Estamos en el Carmelo, el monte de María, que evoca en el ánimo de todos los cristianos recuerdos dulcísimos. Aquí está el santuario de la Virgen del Carmen y el lugar santificado por Elías, Eliseo y otros santos profetas…”

Llevaba el escapulario desde su primera comunión y siendo papa visitó la iglesia carmelitana de santa María en Transpontina, recordando con ternura su devoción a la Virgen del Carmen. 

Sin embargo, no le gustaban el lenguaje de su época sobre el escapulario y los excesos de algunos predicadores, que ensalzaban sus privilegios y se recreaban en el descenso semanal de la Virgen del Carmen al purgatorio para rescatar a sus devotos.

Así escribe en su agenda el 16 de julio de 1958, después de haber participado en misa en la iglesia de los carmelitas descalzos de Venecia: “Sermón propio del siglo XVII, mezclando imágenes de la alianza y la historia de la salvación con el signo que vio Constantino en el cielo y el escapulario de María con unas formas exageradas, superadas y excesivas…”

Mientras era nuncio en París, hizo los ejercicios espirituales en el monasterio de las carmelitas descalzas. Allí le comunicaron que Pío XII lo había hecho cardenal y que lo destinaba como patriarca a Venecia.

Durante la misa de acción de gracias en su pueblo, invitó a predicar a su amigo Tarcisio Benedetti, carmelita descalzo obispo de Lodi. Al terminar la misa, sus hermanos le dijeron en privado: “Hermano, nos podías haber dicho tú mismo que lo que te han hecho es convertirte en eminentísimo príncipe y que desde ahora tenemos que llamarte así, en lugar de traer al obispo para que nos lo repita veinte veces gritando desde el púlpito”.

Él les pidió que siguieran llamándole Ángel (que era su nombre de pila) y durante la cena le dijo a su amigo: “Monseñor, imagínese lo que han pensado mis hermanos, que son sencillos campesinos, cuando usted me llamaba eminentísimo príncipe desde el púlpito con ese tono de fuego digno del profeta Elías sobre el Carmelo…”

Pero eso no empañó su amistad. Siendo patriarca visitó su diócesis de Lodi en distintas ocasiones. En la última, encontrándose en el palacio episcopal vio un retrato de Juan XXIII (antipapa durante el cisma de Occidente) y del emperador Segismundo, que se habían encontrado precisamente allí al inicio del siglo XV y estuvo bromeando con el obispo sobre lo que sucedería si un papa decidía llamarse Juan (que era el nombre más usado por los papas hasta la llegada de ese usurpador). También prometió al obispo que le mandaría por escrito el contenido de la conferencia que había dado en la catedral, ya que aquel se la pidió para publicarla. Esto sucedía a finales de septiembre de 1958.

Pocos días después, el 9 de octubre, murió el papa Pío XII y el cardenal Roncalli se trasladó a Roma para el cónclave sin pensar que él iba a ser elegido nuevo papa. Efectivamente, cuando decidió llamarse Juan se planteó la discusión si debía usar el número XXIII o el XIV. Pocos días después mandó el discurso prometido a su amigo con un mensaje manuscrito en el que le decía: “Querido amigo, mire dónde me encuentro ahora. Solo deseo cumplir la voluntad de Dios y le pido que conceda a la Iglesia el papa que él quiere, no solo los que él permite. Ore conmigo para que esto se cumpla…”

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