Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 16 de abril de 2022

Orando con María el Sábado Santo


Hoy la Iglesia, unida a María, contempla en silencio el misterio del amor y de la esperanza. 

Después de la muerte y sepultura de Jesús, los discípulos huyeron, se dispersaron ante el fracaso evidente: su esperanza yace en un sepulcro y la nuestra se mantiene en una mujer, María, la madre de los creyentes. 

Ella es la única referencia de la Iglesia en el momento en que su Camino está roto, su Verdad despreciada y su Vida sepultada. 

Después de Jesús, ella es la que más conoce al Padre, la que más de cerca ha visto su rostro. Por eso a ella nos dirigimos, en ella buscamos la compañía para esperar. Ella no ve, ella no sabe, ella no entiende, pero ella, como antes Abrahán, cree y espera. 

Aquí podemos entender por qué, como Iglesia, recordamos todos los sábados del año a María: porque ella es el referente orante, el punto de apoyo de los creyentes que ya no ven ni esperanza ni camino. 

Jesús la ha hecho, desde la cruz, madre de la comunidad (Jn 19,25-27), madre de los discípulos y ella empieza inmediatamente a darles a luz, a convertirles en creyentes, precisamente cuando todo invita a la incredulidad. 

Su fidelidad, su sí sostenido hasta más allá de la tumba son el primer tesoro que ha de guardar la Iglesia: «desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa» (Jn 19,27), la acogió -dice el texto- entre sus cosas, como cosa suya.

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