Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 7 de marzo de 2024

Una jornada que no debería celebrarse


Una jornada que no debería celebrarse. Hablo del 8 de marzo, día internacional de la mujer. Si de verdad hubiera igualdad de derechos y oportunidades para todos, no sería necesario celebrar una jornada reivindicativa, no necesitaríamos recordar que hay un grupo de seres humanos que muchas veces no tienen las mismas oportunidades que los demás, y eso que son la mitad de la población.

Pero, por desgracia, esta jornada sigue siendo necesaria para que todos tomemos conciencia de la situación real. En muchos lugares del planeta las mujeres son sometidas y humilladas solo por ser mujeres. Incluso en los países occidentales, a veces una mujer recibe un sueldo menor que un hombre por realizar el mismo trabajo.

Todos deberíamos ser sensibles a este argumento y trabajar por una sociedad más justa e inclusiva. Es verdad que hay feministas violentas, pero eso no descalifica a todas las feministas. Igual que hay policías corruptos, pero eso no descalifica a todos los policías.

Aquí me limito a compartir una cita de santa Teresa de Jesús (1515-1582), que los censores de la época tacharon con tanta furia que no se ha podido leer hasta tiempos bien recientes, ayudados por los rayos x:

«Señor de mi alma, cuando andabais por el mundo no aborrecisteis a las mujeres. Antes las favorecisteis siempre con mucha piedad y hallasteis en ellas tanto amor y más fe que en los hombres [...]. Que no hagamos cosa que valga nada por vos en público, ni osemos hablar algunas verdades que lloramos en secreto, ¿y no nos habíais de oír petición tan justa? No lo creo yo, Señor, de vuestra bondad y justicia, que sois juez justo y no como los jueces del mundo, que –como son hijos de Adán y, en fin, todos varones– no hay virtud de mujer que no tengan por sospechosa [...]. Que no es razón desechar ánimos virtuosos y fuertes, aunque sean de mujeres» (CE 4,1).

Estremece todavía hoy este testimonio personal de que las mujeres estaban acorraladas y debían llorar en secreto lo que no podían decir en público. En Occidente, hemos mejorado mucho en los últimos quinientos años, pero aún nos queda camino por recorrer para llegar a la plena igualdad de derechos y oportunidades.

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