Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 26 de enero de 2023

El sermón de la montaña


San Mateo recoge en el llamado "sermón de la montaña" (Mt 5-7) un resumen de las enseñanzas de Jesús sobre Dios y sobre los hombres. Este año (ciclo "a" del Tiempo Ordinario) lo leemos en misa a lo largo de varios domingos: 
- Las bienaventuranzas (domingo IV).
- La luz y la sal (domingo V).
- El cumplimiento de la Ley y los profetas (domingo VI).
- El amor a los enemigos (domingo VII), etc.

Moisés recibió la Ley en el monte Sinaí. En el sermón de la montaña, Jesús revela su verdadero significado. No estamos solo ante un nuevo Moisés que da una nueva Ley. Jesús es mucho más que Moisés: «Si creyerais a Moisés, me creeríais a mí, porque él escribió de mí» (Jn 5,46). 

Por eso, se permite corregir a Moisés (o mejor, las interpretaciones que se han hecho de sus palabras), afirmando seis veces seguidas: «Se os ha dicho… pero yo os digo» (Mt 5,21.27.31.33.38.43). Al mismo tiempo, añade que no viene a abolir la Ley, sino a darle cumplimiento (Mt 5,17). La antigua revelación no es abolida, sino explicada en su sentido más profundo y llevada a plenitud.

Durante la revelación del Sinaí, el pueblo estaba tan asustado, que pidió a Moisés: «Háblanos tú y te escucharemos. Pues si nos habla el Señor moriremos» (Ex 20,19). Ahora Jesús habla directamente a todos, con gran dulzura, usando palabras comprensibles y amables. 

El inicio del sermón de la montaña son las bienaventuranzas, en las que Jesús llama dichosos a los pequeños, a los débiles, a los que sufren y lloran, a los que se saben necesitados de un salvador, porque no pueden salvarse a sí mismos, a los que son perseguidos por su fidelidad a Dios y a Jesús. 

No son dichosos porque el hambre, el llanto, la persecución o el sufrimiento sean buenos, sino porque «de ellos es el reino de los cielos». Es decir, porque Dios está cerca de ellos, de su parte, identificado con ellos. 

Benedicto XVI, comentándolas, identificó el mensaje de las bienaventuranzas con la infancia espiritual de santa Teresita, que se presenta pobre y débil ante Dios, confiando solo en su misericordia: «Las palabras de santa Teresa de Lisieux de que un día se presentaría ante Dios con las manos vacías y las tendería abiertas hacia él, describen el espíritu de estos pobres de Dios: llegan con las manos vacías, no con manos que agarran y sujetan, sino con manos que se abren y dan, y así están preparadas para la bondad de Dios que da». (J. Ratzinger, Jesús de Nazaret, I, 37).

En último término, las bienaventuranzas revelan a Jesús. Él es el verdadero pobre, humilde, puro de corazón, constructor de paz… Los cristianos serán felices cuando se parezcan a su maestro, cuando se identifiquen de tal manera con él, que puedan decir con san Pablo: «Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí» (Gál 2, 20).

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