Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 28 de enero de 2014

La espiritualidad según el papa Francisco


Ayer presenté un resumen de la exhortación apostólica Evangelii Gaudium, "La alegría del Evangelio". Hoy solo me centro en las seis ideas principales del capítulo quinto, en el que desarrolla el tema de la espiritualidad de la misión. No de la espiritualidad de «los misioneros», sino de la espiritualidad de «la misión», que debe caracterizar a todo cristiano, independientemente de su vocación concreta o de su estado civil. 

Yo veo seis puntos fundamentales en este capítulo: nuestra relación con Cristo, la fuerza de la fe, la indisoluble unidad entre oración y actividad, la dimensión apostólica de la oración, el gozo de sentirnos parte del pueblo de Dios y la ejemplaridad de la Virgen María.

Nuestra relación con Cristo. Ante todo, el papa recuerda que «solo nos salva el encuentro personal con el amor de Jesús», por lo que continuamente tenemos que poner nuestra mirada en Él, estudiando su vida, revistiéndonos de sus sentimientos, ya que solo Él puede dar respuesta a los deseos más profundos del ser humano: «Toda la vida de Jesús, su forma de tratar a los pobres, sus gestos, su coherencia, su generosidad cotidiana y sencilla, y finalmente su entrega total, todo es precioso y le habla a la propia vida. Cada vez que uno vuelve a descubrirlo, se convence de que eso mismo es lo que los demás necesitan, aunque no lo reconozcan. […] El entusiasmo evangelizador se fundamenta en esta convicción. Tenemos un tesoro de vida y de amor que es lo que no puede engañar, el mensaje que no puede manipular ni desilusionar. Es una respuesta que cae en lo más hondo del ser humano y que puede sostenerlo y elevarlo. Es la verdad que no pasa de moda porque es capaz de penetrar allí donde nada más puede llegar. Nuestra tristeza infinita solo se cura con un infinito amor» (n. 265).

La fuerza de la fe. El papa recuerda en varias ocasiones que Jesús no es un personaje del pasado, sino que está vivo y sigue actuando de una manera misteriosa, pero real, por la fuerza del Espíritu Santo, que renueva continuamente a su Iglesia y transforma los males en bienes, aunque es plenamente consciente de que eso no se ve fácilmente, por lo que hay que vivirlo en la fe: «Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo. Tiene la seguridad de que no se pierde ninguno de sus trabajos realizados con amor, no se pierde ninguna de sus preocupaciones sinceras por los demás, no se pierde ningún acto de amor a Dios, no se pierde ningún cansancio generoso, no se pierde ninguna dolorosa paciencia» (n. 279).

La indisoluble unidad entre oración y actividad. También recuerda que Marta y María siempre deben caminar de la mano, que no se deben separar la oración y el trabajo, la mística y el empeño por construir un mundo más justo: «Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. Desde el punto de vista de la evangelización, no sirven ni las propuestas místicas sin un fuerte compromiso social y misionero, ni los discursos y praxis sociales o pastorales sin una espiritualidad que transforme el corazón» (n. 262).

La dimensión apostólica de la oración. Un hombre tan devoto de santa Teresita no podía olvidar este elemento tan importante de la espiritualidad cristiana. Él lo titula «La fuerza misionera de la intercesión», y afirma que «interceder no nos aparta de la verdadera contemplación, porque la contemplación que deja fuera a los demás es un engaño» (n. 281).

El gozo de sentirnos parte del pueblo de Dios. Este es un tema muy original de este papa, que insiste en que «el pastor debe tener olor a oveja». No se trata solo de servir al pueblo de Dios, sino de sentirnos gozosamente parte de ese pueblo: «Para ser evangelizadores de alma también hace falta desarrollar el gusto espiritual de estar cerca de la vida de la gente, hasta el punto de descubrir que eso es fuente de un gozo superior. La misión es una pasión por Jesús pero, al mismo tiempo, una pasión por su pueblo» (n. 268). El modelo es Jesús mismo, que quiso hacerse una cosa sola con sus hermanos: «Cautivados por ese modelo, deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad» (n. 269).

La ejemplaridad de la Virgen María. El papa no se limita a concluir con una referencia o una invocación a María, como se hace normalmente en este tipo de documentos, sino que aprovecha para recordarnos que ella es el gran regalo de Jesús a su pueblo, modelo de fe y de esperanza, que nos ayuda «a creer en lo revolucionario de la ternura y del cariño» (n. 288).Y cita las palabras de la Virgen de Guadalupe a Juan Diego: «No se turbe tu corazón. ¿No estoy yo aquí, que soy tu Madre?» (n. 286).

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