Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 17 de diciembre de 2023

Nuestra Señora de la Esperanza de Calasparra


En la ciudad de Calasparra (Murcia, España) hay un precioso santuario rupestre, situado en el interior de una cueva natural, en honor de la Virgen de la Esperanza, rodeado de un paisaje de singular belleza.

Las aguas del río Segura han modelado el terreno durante milenios, hasta formar un original cañón y las cuevas que albergan la ermita con sus dependencias, la casa del ermitaño, el albergue y la tienda de recuerdos.

La devoción a Nuestra Señora de la Esperanza, la singularidad del enclave natural que rodea su santuario y los afamados arroces de la zona (con denominación de origen), han hecho de Calasparra una de las ciudades más visitadas del Noroeste murciano.

Las cuevas naturales que podemos encontrar en esa zona han sido habitadas desde época prehistórica, como demuestran las pinturas rupestres, con más de 4.000 años de antigüedad, que se conservan en el “abrigo del pozo”, popularmente conocido como la “cueva de los monigotes”.

Excavaciones arqueológicas han sacado a la luz también restos de armas y enterramientos. En el Cerro de la Virgen, Terratremo y Cabezo de las Juntas se conservan abundantes restos celtibéricos y cerámicas griegas.

Romanos, visigodos y musulmanes han dejado también la huella de su paso por esa tierra, como se puede comprobar en el museo arqueológico municipal.

Con la reconquista del reino de Murcia, en 1266, Calasparra volvió a ser territorio cristiano. En 1289 la villa fue donada por el rey Sancho IV a la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, que mantuvo la administración hasta 1835. En nuestros días cuenta con unos 10.000 habitantes.

Cuenta la tradición que la imagen pequeña de Nuestra Señora de la Esperanza fue encontrada durante los primeros años de la reconquista, en una concavidad de la cueva-santuario.

Un pastor que cuidaba de su rebaño tiró una piedra adonde estaba una oveja, que se había alejado del rebaño, para hacerla regresar con las demás. La piedra se introdujo por una oquedad y golpeó en algún objeto. Al pastor le llamó la atención el sonido y se encaramó para ver qué había escondido en el agujero. Allí encontró la imagen de la Virgen, cubierta por una tela.

El pastor comunicó su hallazgo en el pueblo y los calasparreños decidieron llevar la imagen a la iglesia parroquial. Cada vez que intentaban moverla, la imagen se hacía tan pesada que era imposible su transporte, por lo que se decidieron a venerarla en el interior de la cueva donde había sido hallada.

Nuestros antepasados creían que la imagen fue escondida por los cristianos durante la invasión musulmana, para evitar que fuera profanada. Al encontrarla varios siglos después, se sentían en comunión con los creyentes que vivieron pacíficamente su fe en estas tierras hasta la llegada de los moros y entroncaban directamente con las comunidades cristianas fundadas en tiempos apostólicos en nuestro país.

En muchos lugares de España se tienen tradiciones similares. Nos pueden servir de ejemplo la Virgen de la Almudena (patrona de Madrid), la Virgen del Puig (patrona del Reino de Valencia), la Virgen de Guadalupe (patrona de Extremadura), la Virgen de Montserrat (patrona de Cataluña), etc. Todas fueron escondidas durante la invasión islámica y fueron reencontradas durante la Reconquista. En todos los casos se construyeron ermitas en los lugares donde se encontraron y sus santuarios llegaron a ser el signo de identidad de los cristianos de su entorno.

Desde que el pastor encontró la sagrada imagen, la cueva empezó a llamarse “cueva de la Virgen” o “cueva de la Fuensanta” (de la Fuente Santa), por el pequeño manantial de agua que brota ininterrumpidamente del techo de la cueva, en el interior de la ermita.

La imagen de la Virgen era llamada “Nuestra Señora de la Fuensanta”, a causa de dicha fuente; aunque también se la denominaba “Nuestra Señora de la Esperanza”, porque tiene los brazos abiertos en actitud de oración y el manto sujetado por un lazo sobre la cintura, que se abulta ligeramente, indicando que está embarazada.

Durante siglos, la imagen de la Virgen fue venerada en el interior de la cueva, a la que acudían los vecinos a rezar, especialmente los pastores, que también la utilizaban para proteger sus rebaños de las inclemencias del tiempo.

No sabemos cuándo se adaptó la gruta como lugar de culto, con muros de protección y altar para la celebración eucarística. La primera referencia escrita a la existencia de una ermita en este lugar es de 1609, y corresponde al informe de una visita canónica por parte de los caballeros de la Orden de San Juan: «Y en dicho día (21 de abril de 1609) visitaron y vieron por sus ojos la ermita de Nuestra Señora de la Fuensanta, la cual fundó e hizo por devoción el licenciado Benítez de Munera, prior y vicario de esta villa (de Calasparra), la cual está con mucha decencia y devoción y está bien reparada». Posiblemente, dicha construcción fue una ampliación y embellecimiento de otra anterior.

En informes posteriores se da cuenta de la situación de la ermita y de su ajuar en cada momento: retablos, cuadros, imágenes religiosas, candelabros, exvotos, etc. Así vemos que se alternaron momentos gloriosos y otros de expolio y semi-ruina.

En 1617, Dª Juana Sánchez dejó en herencia a la ermita la imagen de vestir, que se conserva hasta hoy, con sus trajes y joyas, tal como podemos leer en su testamento: «Mando se dé a la ermita de la Fuensanta una imagen que yo tengo de Nuestra Señora, con el rostro y las manos de madera, con sus vestidos, la cual sirva en su altar mayor de la advocación de Nuestra Señora de la O, o de la Esperanza, y de allí no se quite…».

La referencia al «altar mayor» nos indica que existían otros laterales, especialmente el situado delante del lugar de la aparición. Al principio, las dos imágenes de la Virgen se veneraron por separado. La pequeña permaneció en la oquedad donde fue encontrada, mientras que la grande fue situada sobre el altar mayor, en el presbiterio.

Con el tiempo, la ermita se fue ampliando y embelleciendo y la colocación de las imágenes cambió en varias ocasiones. En la visita canónica de 1790 encontramos testimonio de que ya estaban cercanas, aunque aún no en la situación que nosotros conocemos: «Dicha soberana imagen de María Santísima con título de la Esperanza está al presente adornada con vestido de seda color azulado y franja de plata, corona imperial y rostrillo del mismo metal con piedras preciosas, colocada en un trono plateado, rodeado con cuatro ángeles y diversos serafines. Y en el sagrario está la imagen aparecida de María Santísima, con el mismo título de Esperanza. Es de talla y tiene pendiente al cuello una gargantilla de aljófar». Después continúa con la descripción de un impresionante retablo mayor con numerosos espejos, imágenes de santos, retablos laterales y resto del ajuar de la ermita.

En algún momento, las dos imágenes terminaron por colocarse juntas, la pequeña (la más antigua) delante de la de vestir, tal como hoy podemos contemplarlas, dando lugar a una composición iconográfica absolutamente original. Sin que sea exactamente igual, lo más parecido sería la Virgen de Lidón. La patrona de Castellón es una imagen de vestir con una oquedad en el pecho, donde se guarda la imagen primitiva, de pequeño tamaño.

La devoción a Nuestra Señora de la Esperanza se extendió rápidamente por todos los pueblos de la comarca, debido a las gracias espirituales y milagros que el Señor realizó por su intercesión en este lugar santo. 

Los numerosos exvotos que los peregrinos depositan junto al camarín testimonian el agradecimiento por los favores recibidos. Confiando en el poderoso auxilio de la Virgen de la Esperanza, el pueblo de Calasparra la nombró su patrona en 1840, renovando el nombramiento en 1952. Fue coronada canónicamente en 1996. En 2008 se celebró un Año Santo Jubilar en su honor. 

La Santísima Virgen María es la Madre de Jesús y nuestra Madre. Así como nos gusta tener en casa fotografías de nuestros seres queridos en distintos momentos de su vida (en el bautismo, en la primera comunión, en un fiesta de cumpleaños, en un viaje, etc.), los católicos gozamos contemplando a María en distintos momentos de su vida (Inmaculada, Virgen de la Esperanza, de la Natividad, de la Presentación o Candelaria, Dolorosa, Asunción, etc.) o con distintas advocaciones relacionadas con los santuarios donde se veneran sus imágenes (Virgen del Monte Carmelo, del Pilar, de Lourdes, de Fátima, etc.). Por eso no debe parecernos extraño que en Calasparra veneremos dos imágenes juntas que representan a la misma y única Virgen María.

Las dos imágenes de la Virgen, que se veneran juntas en este santuario, representan a Nuestra Señora de la Esperanza. Ambas están con los brazos abiertos, en actitud de oración a Dios, para acoger el don de su gracia, en recuerdo del momento de la Anunciación. Los brazos abiertos también recuerdan el abrazo de María a su prima Isabel en la Visitación y el canto gozoso y agradecido del magníficat. 

Más de 2000 años después, María sigue extendiendo sus brazos para orar e interceder por nosotros ante su Divino Hijo y para abrazar a cada peregrino que se acerca a ella.

La imagen pequeña (la más antigua) es un busto de medio cuerpo, con un bello rostro sonriente y coloretes muy marcados en las mejillas. Lleva el pelo recogido y un pequeño velo blanco sobre él, a modo de tocado. Tiene los brazos extendidos y las manos abiertas. Sobre la túnica lleva un manto azul, anudado sobre el vientre con un lazo rojo. El vientre abultado y el manto abierto para subrayarlo, nos indican que está embarazada. 

La amable expresión del rostro, delicadamente realzado por los coloretes y por una sonrisa apenas esbozada, la armonía de las formas y de los colores y los delicados pliegues del manto, consiguen transmitirnos un mensaje de serenidad y de ternura, de paz interior.

La imagen grande (de principios del siglo XVII) es una típica imagen del periodo barroco español. Tiene numerosos vestidos y mantos, donados a lo largo de los siglos por sus devotos, y que sus camareras se encargan de ponerle en las distintas fiestas litúrgicas del año. Algunos de los mantos bordados de la Virgen son verdaderas obras de arte, confeccionados con mucha paciencia, a base de terciopelos, brocados, hilos de seda, oro y pedrería.

En el presbiterio de la ermita hay un retablo del siglo XIX, con elementos neobizantinos y neogóticos, decorado con relieves que hacen referencia a la letanías de la Virgen: Cedro del Líbano, Torre de David, Torre de Marfil, Espejo de Justicia, Fuente de la Gracia… En el centro se abre un amplio camarín, en el que se veneran las sagradas imágenes de Nuestra Señora de la Esperanza.

Camino que lleva desde el aparcamiento al santuario.

Entrada al recinto del santuario.

Vista del santuario desde lo alto, situado en un valle excavado por el río Segura.

El río que pasa a los pies del santuario, creando un oasis de frescor, aunque alrededor las tierras son muy secas y áridas.

Esta es la fachada del santuario, que cubre la entrada a la gran cueva.

Interior de la ermita.

Detalle de la galería y púlpito, junto al altar de la Virgen.

Celebración en la explanada del santuario, con la Virgen vestida de color rosa.

Imagen de la Virgen con un manto verde, en la explanada delante del santuario.

Las imágenes en el camarín del templo, con vestido azul y manto blanco.

Algunos de los mantos de la Virgen recogidos en el museo.

En el museo hay una hermosa exposición de mantos, vestidos, joyas y ex-votos.

Procesión con las imágenes de la Virgen por las calles de la población.

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