Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 24 de octubre de 2023

La fe en san Juan de la Cruz


San Juan de la Cruz habla de la fe usando el símbolo de la «noche oscura». Al explicarlo dice que el contenido de la fe (Dios) no es oscuro, pero su exceso de luz excede nuestras capacidades, por eso a nosotros nos parece que estamos en medio de la «noche». 

El santo explica que así como podemos ver los objetos de nuestro entorno iluminados por la luz del sol, pero no podemos mirar directamente al astro rey porque su brillo nos deslumbra, así podemos comprender las obras de Dios (la creación y la historia de la salvación), pero Dios es más grande que todas sus obras y permanece siempre por encima de nuestras capacidades. Por eso debe ser siempre acogido en la fe:

«Dicen los teólogos que la fe es un hábito del alma cierto y oscuro. Y la razón de ser hábito oscuro es porque hace creer verdades reveladas por el mismo Dios, las cuales están por encima de toda luz natural y exceden todo humano entendimiento sin alguna proporción. De aquí es que, para el alma, esta excesiva luz de la fe le es oscura tiniebla, porque lo más grande priva y vence sobre lo más pequeño, así como la luz del sol priva las otras luces, de manera que no parezcan luces cuando ella luce, y vence nuestra potencia visiva, de manera que antes la ciega y priva de la vista que se la da, por cuanto su luz es muy desproporcionada y excesiva a la potencia visiva. Así, la luz de la fe, por su gran exceso, oprime y vence la del entendimiento […]. Si a uno que nació ciego, el cual nunca vio color alguno, le estuviesen diciendo cómo es el color blanco o el amarillo, aunque más le dijesen, no entendería, porque nunca vio los tales colores ni sus semejanzas, para poder juzgar de ellos […]. De esta manera es la fe para con el alma, que nos dice cosas que nunca vimos ni entendimos en sí ni en sus semejanzas, pues no la tienen. Y así, de ella no tenemos luz de ciencia natural, pues a ningún sentido es proporcionado lo que nos dice […]. Luego está claro que la fe es noche oscura para el alma» (2S 3,1-4).

Este es un tema que san Juan de la Cruz desarrolla en muchas ocasiones, porque «todo lo que puede entender el entendimiento, y gustar la voluntad, y fabricar la imaginación, es muy disímil y desproporcionado a Dios» (2S 8,5), por lo que no podemos acceder a él a partir de lo que pensamos o sentimos, sino solo por medio de la fe. 

Todas las criaturas solo pueden ofrecernos un conocimiento «vespertino» de Dios (envuelto en oscuridad, imperfecto). El único que puede ofrecer un conocimiento «matutino» (luminoso, esencial) es Jesucristo (cf. CB 36,6). Como la fe consiste en la acogida de su revelación, todo el camino espiritual se debe hacer en la noche (de la fe). Así lo canta, por ejemplo, en el poema La Fonte.

En los versos que coloca a los pies del dibujo El Monte de la perfección también afirma que «Para venir a lo que [aún] no gustas, has de ir por donde no gustas; para venir a lo que [aún] no sabes, has de ir por donde no sabes; para venir a poseer lo que [aún] no posees, has de ir por donde no posees». 

En otras ocasiones insiste en el mismo argumento: «Así como el caminante que, para ir a nuevas tierras no sabidas va por caminos nuevos, no sabidos ni experimentados, que no camina guiado por lo que sabía antes, sino en duda y fiándose de lo que otros le han dicho. Y está claro que este no podría ir a nuevas tierras, ni saber más de lo que ya sabía, si no fuera por caminos nuevos, no sabidos, dejando los que ya conoce» (2N 16,8).

Pero la fe no solo oscurece nuestro entendimiento natural (lo introduce en la noche), sino que también lo purifica y lo lleva a la plenitud para la que Dios nos lo concedió. Para entender esto es bueno recordar que tradicionalmente se habla de tres capacidades del alma: la memoria, el entendimiento y la voluntad. San Juan de la Cruz analiza detenidamente las grandes posibilidades de cada una de ellas, pero también sus limitaciones y encuentra en las tres virtudes teologales la posibilidad de limpiarlas y desarrollarlas: la fe lo hace con el entendimiento, la esperanza con la memoria y la caridad con la voluntad.

El entendimiento (o intelecto) es nuestra capacidad de analizar e interpretar la realidad que nos llega a través de los sentidos, convirtiéndola en conceptos, en imágenes, en palabras. Nos permite comprender las cosas y los acontecimientos y transmitir a otros nuestros pensamientos. 

San Juan de la Cruz valora enormemente nuestra capacidad racional, hasta afirmar que «Un solo pensamiento del hombre vale más que el mundo entero» (D 34, cf. D 115). Por eso recomienda que nos guiemos por la razón y no por los impulsos a la hora de actuar: «Más agrada a Dios el alma que con sequedad y trabajos se sujeta a lo que es razón, que la que, faltando esto, hace todas las cosas con consolación» (D 19); «Mira que tu ángel custodio no siempre mueve el apetito a obrar, aunque siempre alumbra la razón; por tanto, para obrar la virtud, no esperes al gusto, que te bastan la razón y el entendimiento» (D 36).

Pero también es consciente de sus límites, ya que «la luz del entendimiento solo se extiende de suyo a la ciencia natural, aunque tiene potencia para lo sobrenatural, para cuando nuestro Señor la quisiere poner en acto sobrenatural» (2S 3,1). Como el entendimiento solo adquiere sus datos a partir de los sentidos y Dios es mayor que todo lo que podemos ver, oír o gustar, no sirve para comprender a Dios. San Juan pone dos ejemplos para explicarse:

«Si a uno le dijesen que en cierta isla hay un animal que él nunca vio, si no le dicen alguna semejanza de aquel animal que él haya visto en otros, no le quedará más noticia ni figura de aquel animal que antes, aunque más le estén diciendo de él. Y por otro ejemplo más claro se entenderá mejor. Si a uno que nació ciego, el cual nunca vio color alguno, le estuviesen diciendo cómo es el color blanco o el amarillo, aunque más le dijesen, no entendería más así que así, porque nunca vio los tales colores ni sus semejanzas, para poder juzgar de ellos; solamente se le quedaría el nombre de ellos, porque aquello lo pudo percibir con el oído; más la forma y figura no, porque nunca la vio» (2S 3,2).

Por eso no podemos ir a Dios a partir de lo que nos ofrece el entendimiento, sino caminando en fe, que es la respuesta del hombre a Dios que se revela. Aunque la fe supera la razón, no es irracional. 

Como hemos visto más arriba, «el entendimiento […] tiene potencia para lo sobrenatural, para cuando nuestro Señor la quisiere poner en acto sobrenatural». De hecho, la fe no elimina la razón, sino que la purifica y la lleva a plenitud, ensanchando unas capacidades que no podrían desarrollarse por sí mismas. Lo que después afirma que hace la esperanza con la memoria se debe aplicar a cada una de las virtudes teologales respecto a las otras potencias del alma: «la saca de sus quicios y límites naturales, subiéndola sobre sí» (3S 2,3). 

La fe, purificando el entendimiento, nos permite abrirnos a la presencia de un Dios siempre mayor que todo lo que podemos pensar, liberándonos de nuestros pre-juicios y abriéndonos a su perenne novedad (cf. CB 14-15,8).

Tomado de mi libro "La alegría de creer. El Credo explicado con palabras sencillas", editorial Monte carmelo, Burgos 2017, ISBN: 978-84-8353-865-4. Páginas 179-183.

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