Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 2 de marzo de 2021

Orar es decir Padre


El Padre nuestro ha sido considerado siempre «la oración por excelencia de la Iglesia» (Catecismo, 2776). Como proviene de Jesús mismo, el Padre nuestro también es llamado «oración del Señor» u «oración dominical», debido a que «oración del Señor» se dice "oratio dominica" en latín. Tertuliano lo llama «el resumen de todo el evangelio» y santo Tomás de Aquino «la más perfecta de las oraciones». El Youcat afirma: «El Padre nuestro es más que una oración, es un camino que conduce directamente al corazón de nuestro Padre» (n. 514). Veamos algunas consideraciones y un poema sobre la primera palabra de esta oración.

«Padre». 
En esta palabra se encierra la conciencia que Jesús tiene sobre la identidad de Dios (de su manera de ser y actuar) y sobre su propia identidad. Él se sabe «Hijo» de Dios y mantiene con su Padre una relación de confianza y obediencia absolutas. 

El evangelio de Lucas dice que, a los doce años, Jesús se perdió en Jerusalén. Cuando María y José lo encontraron en el templo, les dijo: «¿Por qué me buscabais?, ¿No sabíais que tengo que ocuparme de las cosas de mi Padre?» (Lc 2,49). A los doce años, todo varón judío leía por primera vez la Torá en público y era declarado mayor de edad y responsable (en nuestros días lo hacen al cumplir los trece). A partir de entonces se le llamaba Bar misvá («hijo del precepto»), tenía que pagar impuestos y podía contraer matrimonio. 

La Ley pedía que Jesús peregrinase al templo y él lo hace, conducido por sus padres. La Ley era allí explicada por los doctores, a los que él escucha. Pero en esta primera manifestación de Jesús como adulto, Jesús toma la iniciativa. Sus padres le han llevado al templo, pero él no se somete a ellos. Los doctores explican la Ley, pero él les hace preguntas y los deja sorprendidos por su sabiduría. Él obedece a su Padre del cielo, del que recibe una sabiduría nueva. Jesús había crecido como hijo de José, al que amaba y respetaba como padre en la tierra, pero manifiesta que –en último término‒ depende únicamente del Padre celestial.

Este episodio es solo un anticipo de la futura manifestación de Jesús. Los cuatro evangelistas son concordes al afirmar que su vida pública comienza al ser bautizado en el Jordán. Cuando Juan bautiza a Jesús, una voz del cielo le dice: «Tú eres mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17). Con esta certeza sobre su identidad, comenzó su misión. Ahora nos invita a hacer su misma experiencia, a escuchar estas mismas palabras dirigidas a nosotros, a sentirnos hijos a los que el Padre dice, como al hijo de la parábola: «Hijo mío, tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo» (Lc 15,31). 

San Juan lo entendió perfectamente, lo que le llevó a exclamar lleno de gozo: «Considerad qué amor tan grande nos ha demostrado el Padre, pues somos llamados hijos de Dios ¡y lo somos de verdad!» (1Jn 3,1). Solo a partir de esta certeza experimentada vitalmente podemos ser verdaderos cristianos y podemos orar como Jesús nos enseña. Quien no se siente hijo, podrá llamar a Dios «Señor» o darle otros títulos, pero no podrá llamarle «Padre» ni podrá tener con él la relación que tiene Jesús.

Si podemos llamar «Padre» a Dios, es porque él ha venido a nuestro encuentro en Cristo, porque ha querido entrar en nuestra historia y hacerse cercano a nosotros. Este título nos invita a no tener miedo de Dios, a acogerle en nuestras vidas. La escritora Gloria Fuertes tiene un poema en el que canta la cercanía de Dios, que se hace presente en la vida cotidiana, que se deja ver por los que tienen un corazón sencillo.

Que estás en la tierra, Padre nuestro,
que te siento en la púa del pino,
en el torso azul del obrero,
en la niña que borda curvada
la espalda, mezclando el hilo en el dedo.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en el surco,
en el huerto,
en la mina,
en el puerto,
en el cine,
en el vino,
en la casa del médico.

Padre nuestro que estás en la tierra,
donde tienes tu gloria y tu infierno
y tu limbo; que estás en los cafés
donde los pudientes beben su refresco.
Padre nuestro que estás en la tierra,
en un banco del Prado leyendo.
Eres ese viejo que da migas de pan a los pájaros del paseo.

Padre nuestro que estás en la tierra,
en la cigarra, en el beso,
en la espiga, en el pecho
de todos los que son buenos.

Padre que habitas en cualquier sitio,
Dios que penetras en cualquier hueco,
tú que quitas la angustia, que estás en la tierra,
Padre nuestro que sí que te vemos
los que luego te hemos de ver,
donde sea, o ahí en el cielo.


Texto tomado de mi libro La alegría de Orar. El Padre nuestro explicado con palabras sencillas, editorial Monte Carmelo, Burgos 2018, ISBN: 978-84-8353-912-5. Tienen información sobre el mismo en la página de la editorial, que pueden consultar en este enlace:

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