Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

viernes, 18 de octubre de 2013

Entrevista sobre la fe (y 3)


11. La fe será gratuita, pero puede tener consecuencias dolorosas. Todos oímos a diario los trágicos sucesos de lo que conocemos como “cristianofobia”. Hemos visto muchas veces las imágenes de iglesias destruidas en Nigeria, en Siria, en Egipto… y sabemos que cada año mueren unos cienmil cristianos a causa de su fe. ¿Por qué?

En Occidente estamos acostumbrados a vivir una fe sin riesgos y con pocos compromisos, por lo que quizás no la valoramos. Pero hay muchos lugares donde formar parte de la comunidad cristiana significa un riesgo real para los bienes personales e incluso para la propia vida. No debemos olvidar que Cristo fue maltratado y que murió violentamente. Sus seguidores sabemos que podemos participar de su suerte. 

La situación no es nueva. Desde sus orígenes, la Iglesia ha soportado burlas y persecuciones, pero –como decía Tertuliano a finales del s. II– “la sangre de los mártires es semilla de nuevos cristianos”. La Iglesia ha salido fortalecida y purificada de cada persecución. Confiemos en que así será también en nuestros días.

12. Perdone que le replique, pero si muchos cristianos abandonan la fe donde no hay persecuciones, posiblemente serán muchos más los que la abandonen si un día su vida corre peligro… 

Puede parecer extraño, pero siempre han sido minoría los que han abandonado la fe en momentos de dificultades extremas. Al contrario, han encontrado fuerza en su fe para enfrentarse a las persecuciones con valentía.

Veamos un ejemplo claro: En Francia, las leyes anticristianas de principios del s. XX cerraron más de 3.000 escuelas católicas, expulsaron a unos 70.000 religiosos de sus conventos, confiscaron sus bienes, prohibieron los matrimonios canónicos y la práctica del descanso dominical, entre otras cosas. 

En ese contexto tan sombrío, la beata Isabel de la Trinidad escribió unas cartas que nos conmueven y que pueden ser un estímulo para nosotros. En lugar de lamentarse, escribe: «¡Cómo me gusta vivir estos tiempos de persecución! ¡Qué santos deberíamos ser! Sí, quisiera amar como los santos, como los mártires» (Carta 91). Algún tiempo después, añade: «El futuro es muy sombrío. ¿No sientes necesidad de amar mucho para reparar, para consolar al Maestro adorado? Hagamos para Él un lugar solitario en lo más íntimo de nuestras almas. Esta celda interior nadie podrá quitárnosla nunca; por eso, ¿qué me importan las pruebas por las que tengamos que pasar? A mi único tesoro lo llevo dentro de mí. Todo lo demás es nada» (Carta 160). Y añade: «No sé lo que nos espera, y esa perspectiva de tener que sufrir por ser suya infunde en mi alma una gran felicidad. Estoy dispuesta a seguirle a cualquier parte y mi alma dirá con san Pablo: “¿Quién podrá apartarme del amor de Cristo?”» (Carta 162). A pesar de las dificultades objetivas que le tocó vivir, no cesó de dar gracias a Dios, porque su amor vale más que la vida: «Tenemos que darle gracias siempre, pase lo que pase, pues Dios es amor y solo sabe de amor. ¿Qué podemos temer? Podrán llevarnos a la cárcel o a la muerte, pero no nos quitarán a Cristo» (Carta 168).

En estos «tiempos recios» necesitamos la determinación y la valentía de los Santos. No sirven las medias tintas.

13. Posiblemente nuestra fe no sea tan grande como la de la beata Isabel de la Trinidad. De hecho, Jesús nos pide que tengamos la fe de un pequeño grano de mostaza (Mt 17,20), ¿quizás era consciente de nuestra debilidad y por eso se conforma con tan poco? 

En realidad, Jesús se conforma con lo que queremos ofrecerle, sea mucho o poco. Él no obliga a nadie y respeta el ritmo de cada uno. Se ve muy bien en los relatos de la resurrección: algunos lo encuentran antes (tal vez las personas afectivas, como María Magdalena), luego vienen los intuitivos (como Juan, que viendo el sepulcro vacío, comprendió que Jesús había resucitado), después llegan los que tienen una decisión firme y tenaz, aunque no comprendan (como Pedro). Pero también están los escépticos, que llegan los últimos, pero que también pueden llegar (como Tomás). Nadie está excluido, con tal de que tenga buena voluntad.

Jesús se revela a cada uno de una manera, adaptándose a su capacidad y a su ritmo. Tomás no busca como Magdalena o como Juan y Pedro y el Señor tampoco se le manifiesta de la misma forma que a ellos. No todos los medios son aptos para todos, pero para todos hay un medio y un tiempo que el Señor conoce. El evangelio enseña a confiar en que Jesús quiere revelarse a todos, incluso a los que hoy le rechazan.

14. Se nos acaba el “Año de la Fe”, ¿qué ecos deberían quedarnos de aquella espléndida carta apostólica –Porta Fidei– con que la promulgó nuestro añorado papa emérito Benedicto XVI, aquel 11 de octubre del pasado año 2012? ¿Añade algo nuevo la encíclica Lumen Fidei de papa Francisco? 

En la Porta Fidei, Benedicto XVI invitaba a todos los cristianos a crecer durante este año en su vida de fe (es decir, en su relación personal con Dios) y a profundizar en los contenidos de la fe (que están resumidos en el Credo). Con ese motivo se han tenido muchos encuentros de estudio y celebraciones en todo el mundo.

En la Lumen Fidei, Francisco afirma que la fe no consiste únicamente en aceptar que Dios existe, sino en relacionarnos personalmente con Él, en hacer experiencia de su ternura para comunicarla al mundo. Hablando de esta encíclica, el papa ha afirmado que “todos necesitamos ir a lo esencial de la fe cristiana, profundizarla y confrontarla con los problemas actuales” (Ángelus, 7-7-2013).

“Ir a lo esencial” no puede ser “un” programa que se limita a la duración de un año pastoral, sino que debe ser “el” programa que nos guíe siempre: redescubrir la belleza de nuestra fe, que es fuente de la verdadera alegría; alimentarla y fortalecerla.

15. El “Año de la Fe” se clausurará el domingo 24 de noviembre, ¿qué se supone que viene después? ¿qué nos toca vivir a partir de ahora? 

Jesucristo nos dice claramente que “la obra que Dios quiere es que creáis en quien Él ha enviado” (Jn 6,29). Esto es lo que nos toca vivir a partir de ahora y siempre: acoger a Jesús, el enviado de Dios, relacionarnos personalmente con Él, estudiar sus enseñanzas, revestirnos de sus sentimientos. Solo así podremos alcanzar la vida en plenitud para la que fuimos creados, ya que Él es “el camino y la verdad y la vida” (Jn 14,6). Por eso dice san Pedro que “bajo el cielo no se ha dado a los hombres otro nombre por el que puedan salvarse” (Hch 4,12).

San Bernardo escribió un precioso poema dedicado al nombre de Jesús, en el que afirma que ni las palabras escritas ni las habladas son capaces de explicar lo que es el amor de Jesús, porque solo la experiencia permite comprender lo que significa. Dice así:

Dulce es el recuerdo de Jesús,

que trae la alegría verdadera al corazón; 
pero su presencia es más dulce 
que la miel y que todas las cosas. 

No puede cantarse nada más suave,

ni escucharse nada más agradable, 
no puede pensarse nada más delicioso 
que Jesús, el Hijo de Dios. 

Ni la lengua puede decirlo,

ni la pluma expresarlo; 
solo quien lo ha experimentado 
sabe lo que es amar a Jesús. 

Pienso que este debería ser nuestro único programa: buscar el rostro de Cristo y hacer experiencia personal de su infinita misericordia, que supera todo lo que podemos decir o pensar.

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