Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

martes, 3 de septiembre de 2013

Un día cualquiera en la vida de un fraile


Aunque la foto es del Desierto de las Palmas, voy a hablar de la vida en este convento de Burriana. Con pequeñas modificaciones se puede aplicar a cualquier otro sitio. 

La jornada comienza con el rezo de laudes a las 7,30 de la mañana. A los americanos les parecerá tarde, pero deben pensar que seguimos la misma hora "legal" que el resto de Europa, para tener más horas de luz, aunque la hora "solar" en esos momentos es las 5,30. De hecho, estos días comienza a amanecer mientras cantamos laudes y durante el invierno aún está todo oscuro.

A mí es el momento del día que más me gusta. Mientras la ciudad duerme y todo está silencioso, nosotros damos voz a la Iglesia que alaba a su Señor desde la aurora hasta el ocaso.

Después de laudes, uno se va a abrir la iglesia y se queda en el confesionario, por si llega algún penitente y otro celebra la misa de 8. Un tercero se va a las carmelitas descalzas, donde celebra la misa a las 8,15. Los demás nos quedamos en la capilla, prolongando la oración silenciosa.

Tras un frugal desayuno, cada uno se dedica a su trabajo: 

El P. Espirindio en un "manitas" y en una casa grande siempre hay un grifo que no cierra bien, una puerta que chirría o un enchufe que se ha estropeado, por lo que se dedica a arreglar mil y un desperfectos. 

El Hno. Juanjo, durante el curso se va a dar clases de religión al colegio y en verano prepara actividades con jóvenes o arregla computadoras (no solo a los frailes de la casa, también a los de otros conventos cercanos) o coches o cualquier otro artefacto mecánico o electrónico que se nos estropee a los demás.

El P. Vicente se va al hospital de la Magdalena, donde es capellán, y visita a los enfermos y a sus acompañantes, procurando llevarles una palabra de consuelo y esperanza.

El P. Alfredo da una mano en la parroquia o visita a los enfermos del barrio o escucha a los que vienen a consultarle cualquier cosa o da un retiro en alguna comunidad cercana o lo prepara... En fin, que tampoco él se aburre.

El P. Pedro Jesús organiza las cosas del comedor, arranca hierbas del jardín, riega las plantas, atiende el teléfono y la portería, prepara las cosas de la iglesia y de la sacristía, limpia y da esplendor a la casa.

El P. David ha sido operado del corazón hace poco, por lo que da una mano con las confesiones, celebra la misa de 12 y ayuda en lo que puede, sin grandes esfuerzos físicos. 

De todas formas, tanto él como el P. Pedro Jesús han sido misioneros en Venezuela durante más de 25 años y allí han dado clases, han sido párrocos y han hecho mil trabajos. El P. Espirindio y el Hno. Juanjo también han sido misioneros en África.

Yo, ahora que no tengo clases, me dedico a responder correos, preparar charlas y cursos, escribir entradas del blog y acudir a la portería a atender a las personas que me requieren.

A las 13 interrumpimos nuestras actividades y nos volvemos a encontrar en la capilla para rezar el oficio de lectura, la hora media y las preces carmelitanas. Después de un examen de conciencia, rezamos el ángelus, comemos y pasamos un rato juntos, compartiendo las noticias del día.

La tarde se dedica normalmente a actividades pastorales o a la lectura y el estudio hasta la hora de vísperas. El que tiene la misa vespertina, la celebra y los demás permanecen en oración hasta la cena. Después de otro rato pasado juntos, cada uno se retira a su habitación.

Así, alternando momentos de oración, de trabajo, de estudio, de apostolado y de descanso, se van sucediendo las jornadas, procurando vivir siempre "en obsequio de Jesucristo" y buscando revestirnos de sus sentimientos.

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