Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 21 de septiembre de 2013

Para qué Jesús eligió 12 apóstoles


Ya hemos hablado los días pasados sobre los doce apóstoles y por qué precisamente ese número. Hoy reflexionemos sobre para qué.

«Instituyó a doce para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar a los demonios» (Mc 3,14). 

En primer lugar, Jesús los llama para que estén con Él. Es la única manera de conocerlo en profundidad. Los evangelios dicen en varias ocasiones que se los llevó a ellos solos y que los instruía: «Jesús les anunciaba el mensaje con muchas parábolas, acomodándose a su capacidad de entender. No les decía nada sin parábolas. A sus propios discípulos, sin embargo, se lo explicaba todo en privado» (Mc 4,33-34). 

En segundo lugar, Jesús los llama para enviarlos a predicar. Solo estando con Jesús pueden aprender qué es lo que tienen que predicar y cómo tienen que hacerlo. No son sus propias ideas, el fruto de sus reflexiones lo que tienen que predicar. Su predicación, ante todo, será un testimonio: «Lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y tocado con nuestras manos acerca de la palabra de la vida […], os lo anunciamos» (1Jn 1,1-3).

En tercer lugar, los envía para expulsar a los demonios. La predicación va acompañada de la victoria sobre el príncipe de este mundo. San Pablo invita a encontrar la fuerza en Cristo, para vencer sobre las dificultades: «Poneos las armas que Dios os da para poder resistir a las estratagemas del diablo, porque nuestra lucha no es contra los hombres de carne y hueso, sino contra las fuerzas sobrehumanas y supremas del mal, que dominan este mundo de tinieblas» (Ef 6,11-12). 


A veces pensamos que nuestros enemigos son otras personas. San Pablo dice que nuestros verdaderos enemigos no son de carne y hueso. Son fuerzas sobrehumanas que dominan sobre el mundo. Puede sonar muy catastrófico, pero no se deben ignorar las terribles estructuras de pecado que dominan las relaciones económicas, comerciales y políticas a nivel internacional. 

La mayoría de los habitantes de Estados Unidos son buenas personas, que no quieren el mal para otros pueblos. Pero su gobierno y sus multinacionales hacen políticas que condenan a la pobreza y al hambre a pueblos enteros. 

La mayoría de los europeos no quieren que los niños de África mueran de hambre. Pero sus gobiernos y sus empresas dejan tierras sin cultivar y destruyen grandes cantidades de alimentos para que no bajen los precios. 

La mayoría de los habitantes del llamado "primer" mundo no quiere que los del llamado "tercero" mueran por no tener purificadores de agua o neveras en las que almacenar medicinas. Sin embargo, su ritmo de vida (que les hace cambiar continuamente de teléfonos y computadoras) ha convertido a varios países de África en los basureros donde van a parar los electrodomésticos que ellos ya no quieren y su derroche energético hace que suba el precio del petróleo y que los pueblos pobres no puedan adquirirlo. 

¿Quién es el culpable de estas cosas? Al mismo tiempo, nadie y todos. La insensibilidad o el egoísmo de cada uno y las estructuras de pecado que nos envuelven. El cristiano sabe que él no puede vencer a estos poderes. Pero tiene las «armas de Dios» para hacerles frente, con la ayuda del Señor.

La misión universal comenzó después de la resurrección, cuando los discípulos fueron enviados a todos los pueblos de la tierra. Entonces, a pesar de la importancia de los doce para Israel, esta institución perdió su sentido, por lo que el número de los apóstoles aumentó. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario