Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

miércoles, 28 de agosto de 2013

El año de la fe es un tiempo de gracia


Santa Teresa de Jesús (1515-1582), hablando de sí misma, dice que «su fe era tan viva que, cuando oía a algunas personas que quisieran haber vivido en el tiempo en que Cristo andaba en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, ¿qué más se les daba?» (C 34,6).

A veces tenemos la tentación de pensar que los tiempos pasados eran mejores, que creer era más fácil cuando el ambiente social ayudaba a la práctica religiosa. Pero no debemos confundir las prácticas religiosas con la vivencia personal de la fe. 

En el pasado y en el presente, algunas personas participan en actos de culto cristiano (bodas, bautizos, funerales, fiestas patronales…) solo por costumbre o por curiosidad. Pero eso no basta. En el momento oportuno, cada persona tiene que hacer su opción personal de fe.

San Pablo dice que «ahora es el tiempo favorable, ahora es el tiempo de la salvación» (2Cor 6,2). En esta época concreta que nos ha tocado vivir, con sus luces y sus sombras, el Señor nos ofrece su gracia y nos invita a su amistad. Cada uno personalmente tiene que decidir cómo responderle.

Es verdad que hay momentos especiales de gracia para cada persona y para la Iglesia (peregrinaciones, años jubilares…). En este sentido, el «año de la fe» está sirviendo a muchos para afianzarla. Pero nos toca vivir el tiempo de la fe todos los días, hasta que veamos a Dios cara a cara y participemos de su vida, solo en ese momento no será necesaria la fe, porque «entonces podré conocer a Dios como Él me conoce» (1Cor 13,13).

El primer «año de la fe» (1967-1968) fue convocado por Pablo VI un año después de la clausura del concilio Vaticano II y concluyó con la profesión pública del Credo del Pueblo de Dios que, en palabras del papa, recoge con sencillez «los puntos capitales de la fe de la Iglesia misma, proclamada por los más importantes Concilios ecuménicos». 

El papa consideraba que se estaba dando demasiada importancia a cosas secundarias y olvidando otras esenciales. Por eso, durante todo el año de la fe, el pontífice insistió en la importancia de que todos los cristianos profundizaran en los contenidos del Credo.

Ahora estamos celebrando un nuevo «año de la fe». Benedicto XVI escribió una carta apostólica para convocarlo, en la que invitaba a todos los cristianos a crecer en su vida de fe (es decir, en su relación personal con Dios) y a profundizar en los contenidos de la fe (que están resumidos en el Credo).

Al inicio de su pontificado, el papa Francisco publicó una encíclica (escrita en su mayor parte por su predecesor, pero asumida por él) precisamente sobre la virtud de la fe, titulada Lumen fidei (es decir, «La luz de la fe»). 

En ella presenta la fe como la respuesta del hombre a Dios que se revela: a Dios, que sale a nuestro encuentro y nos manifiesta su amor y su ternura, solo podemos responder por medio de la fe, que no consiste únicamente en aceptar que Él existe, sino en relacionarnos personalmente con Él, en hacer experiencia de su ternura para comunicarla al mundo. Así, fe y misión van íntimamente unidas.

Hablando de esa encíclica, el papa ha afirmado que «todos necesitamos ir a lo esencial de la fe cristiana, profundizarla y confrontarla con los problemas actuales» (Ángelus, 7-7-2013). 

Este no puede ser «un» programa que se limita a la duración de un año pastoral, sino que debe ser «el» programa que nos guíe siempre: redescubrir la belleza de nuestra fe, que es fuente de la verdadera alegría; alimentar y fortalecer la fe.

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