Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

sábado, 2 de abril de 2022

La mirada que salva


Pronto terminará la Cuaresma. El domingo pasado (cuarto del ciclo "c"), en la misa se proclamó el evangelio del hijo pródigo, al que su padre ofrece el perdón (Lc 15,11-32). Este domingo (quinto del ciclo "c") escuchamos el evangelio en el que Jesús perdona a una mujer adúltera y la salva de la muerte (Jn 8, 1-11). Así comprendemos mejor los contenidos fundamentales de este tiempo litúrgico.

Tanto en el caso del hijo pródigo como en el de la mujer adúltera nos encontramos ante personas objetivamente pecadoras y merecedoras de un castigo. En ambos casos también encontramos quienes están dispuestos a condenarlas y a ejecutar la condena (en el primer caso es el hermano mayor, en el segundo son los escribas y fariseos). 

Las dos veces encontramos también que Jesús no justifica los pecados cometidos, pero nos enseña a no juzgar a los demás, porque todos somos pecadores.

Jesús ama a los pecadores, porque sabe ver más allá de la fealdad que el pecado causa en el hombre. Él mira en lo más profundo del alma y ve en cada uno la belleza de Dios, a cuya imagen fuimos creados. Por eso vino “a buscar y a salvar lo que estaba perdido” (Lc 19,10), “a dar su vida en rescate por los pecadores” (Mt 20,28). Jesús nos ama hasta el punto de cargar los pecados de cada uno sobre sus espaldas: “Cargado con nuestros pecados, subió al leño” (1Pe 2,24).

Cada uno de nosotros es el hijo pródigo que se marchó de su casa (que es la Iglesia); cada uno de nosotros es la mujer adúltera que ha traicionado la confianza de su Esposo (que es Cristo); cada uno de nosotros es la oveja perdida que abandonó el redil y es el hombre que yace herido junto al camino, sin que ninguno de los que pasan se ocupe de nosotros.

A cada uno de nosotros se acerca Cristo y nos mira con misericordia. A cada uno repite hoy: “Yo no te condeno. Vete y no peques más”. Acojamos sus palabras con agradecimiento y con el firme propósito de no volver a alejarnos de su compañía.

Esta entrada la escribí el año 2013, pero -como los ciclos litúrgicos se repiten cada tres años- este domingo vuelve a leerse este evangelio y me ha parecido oportuno rescatarla del olvido.

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