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sábado, 8 de abril de 2023

Historia y celebraciones del Sábado Santo


El Sábado Santo la Iglesia permanece en oración con María, la madre de Jesús. Si el Viernes es la «hora» de Cristo, a la que se encaminaba toda su existencia, el Sábado es la «hora» de María, en que la fe y la esperanza de la Iglesia se recogen en su corazón de Madre, como recuerda la congregación para el culto divino: 

«En María, conforme a la enseñanza de la tradición, está como concentrado todo el cuerpo de la Iglesia. Ella es imagen de la Iglesia Virgen que vela junto a la tumba de su Esposo, en espera de celebrar su resurrección». 

Por eso, recomienda una celebración mariana en la mañana del Sábado Santo, como se hace cada año en la basílica romana de santa María la Mayor y en muchos otros lugares.

Después de la muerte y sepultura de Jesús, los discípulos huyeron, se dispersaron ante el fracaso evidente: su esperanza yace en un sepulcro y la nuestra se mantiene en una mujer, María, la madre de los creyentes. 

Ella es la única referencia de la Iglesia en el momento en que su Camino está roto, su Verdad despreciada y su Vida sepultada. 

Durante los primeros siglos, el Viernes y el Sábado Santo eran días de ayuno «por la ausencia del Esposo». Hoy solo es obligatorio el Viernes, aunque se puede prolongar durante el Sábado, si se desea.

A partir del siglo IV, cuando se generalizaron los bautismos en la Vigilia Pascual, se dedicó la mañana del Sábado para ultimar la preparación de los catecúmenos. 

La celebración comenzaba con un exorcismo y seguía con el rito del "effetá", la última unción prebautismal, la renuncia a Satanás y la confesión de Cristo. 

En la Iglesia antigua, el catecúmeno se volvía hacia occidente (símbolo del ocaso del sol y, por tanto, del pecado y de la muerte) y pronunciaba un triple “no”: al demonio, a sus pompas y al pecado. Después se volvía hacia oriente (símbolo del nuevo sol que surge, de la luz y de Cristo) y pronunciaba un triple “sí”: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.

Estos ritos se perdieron a partir de finales del siglo VI, cuando desapareció el bautismo de adultos. En su lugar, se generalizó el rito de reconciliación de penitentes que habían cometido pecados graves, aunque después se trasladó dicha ceremonia del Sábado al Jueves Santo.

Desde el siglo IV, la principal celebración del Sábado Santo y de todo el año era la Vigilia Pascual, que comenzaba al caer el sol y se prolongaba durante toda la noche, hasta el amanecer del domingo.

Se comenzaba con una larga liturgia de la Palabra, en la que se leían los textos que hablan de los principales acontecimientos en la historia de la salvación y continuaba con los ritos bautismales y la celebración eucarística, en la que comulgaban por primera vez los recién bautizados.

A lo largo de la Edad Media, la vigilia nocturna se fue adelantando, hasta terminar celebrándose a primera hora de la mañana, dándose las extrañas paradojas de que los textos seguían hablando de la noche y la Cuaresma terminaba a mediodía del Sábado Santo (llamado Sábado de Gloria), que es cuando se hacían tocar las campanas y se tiraban los aleluyas (estampas con grabados y versos escritos) desde el campanario. 

Con la reforma iniciada por Pío XII (1951-1955) y culminada después del Vaticano II (1969-1970), el Sábado Santo queda configurado como día de oración y silencio.

La actual Vigilia Pascual, celebrada después de la caída del sol, corresponde ya al Domingo de Resurrección, e inaugura la gran fiesta de la Pascua. Consta de cuatro partes:

- Comienza con la liturgia del fuego, en la que aclamamos a Cristo como "luz nueva" que ilumina la tierra (recordemos que la vieja creación también comenzó cuando Dios hizo la luz, el día primero). Se bendicen el fuego y el cirio pascual, que presidirá las celebraciones del tiempo pascual, así como los bautizos y funerales a lo largo del año. Cada uno de nosotros enciende su pequeña vela en la llama del cirio, directamente o a través de otros que la han recibido ya, como imagen de que queremos dejarnos iluminar por la luz de Cristo y colaborar con él llevando a los demás su luz. Después se proclama o canta el pregón pascual: "Exulten los coros de los ángeles, exulte la asamblea celeste y un himno de gloria aclame el triunfo del Señor resucitado..."

- Sigue la liturgia de la Palabra, en la que repasamos las grandes intervenciones de Dios a favor de la humanidad: 
Primera lectura: la creación.
Segunda lectura: el sacrificio de Abrahán.
Tercera lectura: la salida de Egipto y el paso del Mar Rojo.
Cuarta lectura y siguientes: las promesas de los profetas. 
Después de las lecturas del Antiguo Testamento, se canta el Gloria y se proclama la epístola de san Pablo. Después de 40 días sin cantar el Aleluya, en esta noche resuena con mayor alegría la aclamación al evangelio.

- En la liturgia del agua se bautizan los neófitos, si los hay, y todos renuevan las promesas bautismales, recordando que el bautismo es participación sacramental en la muerte y resurrección de Cristo. Si hay religiosos o religiosas, a continuación renuevan sus votos. Esta parte concluye con la oración de los fieles.

- En la liturgia eucarística comulgamos el Cuerpo del Señor, sabiendo que el que recibe a Cristo resucitado, resucitará con él.

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