Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

jueves, 6 de septiembre de 2012

Jesús es la vida (Ante la muerte de un ser querido)

(El mosaico representa la resurrección de Lázaro)

Nuestra sociedad quiere hacer feliz a la gente, mejorar su «calidad de vida». Para conseguirlo, va suavizando todo lo que molesta, apartando lo que estorba, silenciando gritos, acallando preguntas. Parece que hay interés por ocultar el sufrimiento y la muerte: los enfermos son llevados a los hospitales, los ancianos a las residencias geriátricas y los muertos a los tanatorios. Los cementerios se rodean de altas tapias cada vez más lejos de los núcleos urbanos... Sin embargo, antes o después tenemos que vivir acontecimientos que nos presentan la realidad con toda su crudeza: una enfermedad incurable, un accidente de tráfico, la muerte de un ser querido. Entonces nuestras seguridades y nuestra propia existencia se tambalean, como les sucedió a Marta y María con la muerte de Lázaro. 


Podemos releer el relato (Jn 11). El episodio se sitúa en Betania, cuatro días después del entierro de Lázaro, y parece que Jesús llega tarde a propósito. Los judíos consideraban que el cadáver entraba en descomposición al tercer día. Si ya han pasado cuatro, se subraya que la muerte de Lázaro es real e irreversible. El corazón de la narración es el diálogo entre los protagonistas: «Marta dijo a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano Lázaro no habría muerto”. Jesús afirmó: “Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre”...» 

La oscuridad que la muerte de Lázaro ha causado en su hermana, la anima a salir en búsqueda de luz. Ella abre el diálogo con Jesús: «Si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». A pesar del dolor que siente, manifiesta su confianza en el poder del Señor. Él había sanado a muchos y podía haber hecho lo mismo con su hermano, aunque ahora ya es demasiado tarde. Solo queda el consuelo de la oración por el difunto y la esperanza en la vida eterna. A pesar de todo, el dolor de la separación era grande.

Jesús dice a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida». De momento no está hablando de la resurrección futura, sino de algo más sorprendente: Jesús mismo es la vida. En él, en su persona, se hace presente la vida en plenitud, tanto para los que ya han muerto como para los que aún viven. El que cree en Jesús tiene «ya» la vida eterna. El cielo «ya» se ha hecho presente entre nosotros por medio de Jesús. Por la fe comenzamos a vivir en plenitud, a pesar de las limitaciones que experimentamos cada día (sufrimientos, enfermedades, pecados). 

El cambio de mentalidad no tuvo que resultarle fácil. Ella esperaba la resurrección en el día final. Jesús le dice que él mismo es la resurrección, ya presente en nuestra historia; que la vida eterna ya ha comenzado entre nosotros y que no hay que esperar a morir para encontrarla (aunque sí que hay que esperar a morir para poseerla en plenitud, sin las limitaciones de la vida presente). En este sentido, la muerte no es el final de la vida, sino solo un paso más en nuestro caminar hacia la plenitud que ya ha comenzado. Jesús pregunta a Marta (y a cada uno de nosotros): «¿Crees esto?». Ella reacciona rápidamente y confiesa su fe: «Creo, Señor».

Para entender mejor este texto, puede ser bueno recordar que el Evangelio de san Juan consta de un prólogo (Jn 1) y de dos partes bien diferenciadas. A la primera se la llama «libro de los signos» (Jn 2-12). En ella se cuentan siete grandes milagros de Jesús (él siempre los llama «signos»), que van seguidos por unos sermones de Jesús que explican su significado. La transformación del agua en vino en Caná sirve para explicar que con Jesús se cumplen las promesas de los profetas, que anunciaban el desposorio de Dios con su pueblo. La multiplicación de los panes sirve para explicar que Jesús es el pan de la vida. La curación del ciego de nacimiento sirve para explicar que Jesús es la luz del mundo... El último de los signos es la resurrección de Lázaro y sirve para manifestar que Jesús es más fuerte que la muerte, que él la acepta libremente, pero que la muerte no tiene poder sobre él.

La segunda parte es llamada el «libro de la pasión y la gloria» (Jn 13-21) y recoge los acontecimientos de la última cena, la oración sacerdotal de Jesús, su condena, muerte y resurrección. 

El texto de la resurrección de Lázaro es el nexo de unión entre la primera y la segunda parte. Es el último de los signos de Jesús, el más poderoso y nos prepara para entrar en el «libro de la pasión y la gloria». Gracias a Jesús, ya podemos empezar a vivir la vida eterna, la vida verdadera, la de los hijos de Dios, porque ya poseemos las primicias del Espíritu Santo, que es la promesa y el anticipo de nuestra resurrección futura. Escuchemos la voz del Señor, que nos dice (como a Lázaro): «Sal fuera (de tu desamor, de tu egoísmo, de tus pecados, de tu muerte) y vive».

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