Reflexiones diarias sobre argumentos de espiritualidad y vida carmelitana, con incursiones en el mundo del arte y de la cultura

domingo, 5 de junio de 2022

El Espíritu Santo nos diviniza


Ya he dedicado muchas entradas a hablar de la fiesta de Pentecostés: su origen, su historia, su significado, cantos y oraciones al Espíritu Santo... Hoy me limito a poner en relación la fiesta que estamos celebrando con el resto del año litúrgico.

En Adviento nos preparamos a acoger a Jesús que viene a salvarnos. Es el tiempo en que "el Espíritu y la Iglesia oran diciendo: Ven, Señor".

En Navidad celebramos que "el Hijo de Dios, que se encarnó por obra del Espíritu Santo, se ha hecho hombre para que los hijos de los hombres lleguen a ser hijos de Dios".

En Cuaresma pedimos al Señor que nos renueve para que podamos vivir como verdaderos cristianos, que nos conceda "un corazón nuevo y un Espíritu nuevo".

En Pascua celebramos el amor de Jesús, que le llevó a "entregarse por nosotros" en la Cruz y que nos ha manifestado un amor más fuerte que la muerte. Cristo mismo nos dijo: "Os conviene que yo me vaya para que os envíe el Espíritu Santo, que os enseñará todo y os llevará a plenitud".

Hoy celebramos que Cristo resucitado ha cumplido sus promesas, ha llevado a plenitud la obra de nuestra salvación, ha enviado el Espíritu Santo a nuestros corazones y a la Iglesia.

Así lo explica la benedictina Emiliana Löhr: "¿Qué ha sucedido? Dios se ha hecho hombre; el Dios en carne mortal ha muerto en cruz, ha resucitado de la muerte, ha ascendido al cielo y desde allí se ha difundido a los hombres bajo forma de Espíritu y vida. Ha penetrado en ellos de un modo que, naturalmente, somos incapaces de comprender, sin consumir sus almas ni extinguir su ser. Los hombres han pasado a ser su cuerpo; él es su espíritu, su principio de vida sobrenatural; viven la vida de él. He aquí cerrado ya el círculo: Dios se ha hecho hombre para que el hombre se convirtiera en Dios. Dios, amorosamente, ha cargado sobre sí los pecados y los ha expiado con su sangre; ha quedado en el hombre espacio para la vida divina y puede, por la gracia, participar de la naturaleza de Dios, convertirse en hijo de Dios".

Pentecostés nos revela la obra de Cristo: sus discípulos, que no comprendían su mensaje y eran miedosos, recibieron luz para entender la palabra de Jesús y se hicieron fuertes y valientes para dar testimonio del evangelio. Comienzan los tiempos nuevos, el hombre puede vivir la vida de Dios, nace la Iglesia.

Lo mismo sucede hoy: Jesús envía su Espíritu Santo al corazón de los creyentes para que puedan vivir como discípulos suyos e hijos de Dios. Jesús envía el Espíritu Santo para que actúe en los sacramentos. Jesús envía su Espíritu Santo para divinizarnos. Este es el gran regalo de Jesús. A él sea la gloria por los siglos. Amén.

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